Fuga
Notas de diario. 2012
Más de un mes conviviendo con la mafia. Hay nombres que en estas lecturas se te han vuelto familiares (Provenzano, Bagarella, Buscetta, Vinzzini, Riina). Reconoces sus caras, puedes describir sus métodos, su aparente paz exterior, las formas silenciosas del trato, las irreversibles venganzas. Y aun así apenas penetras en su fondo. No alcanzas a atisbar la profundidad en la que expresan, por decirlo así, su humanidad.
La manera en que el conocimiento se desvela en la escritura. No sabías, antes de escribir, cómo era el padre de la mujer de tu novela, cómo se produjo la petición de mano en la que ella, la novia, se mueve como un mudo testigo. Ni cómo se vería como madre. Escribes, no para saberlo, pero después de quince líneas ya lo sabes. Pero, en realidad, qué sabes. Unos hechos. Jamás una vida entera, completa. Solo asomos de alguien que tiende a la inexpresión, de un interior acerado, resistente, como un animal que gira en la noria sin desmayo ni queja y sobre los que añades, con cierta coherencia, esos hechos.
Tú, en el círculo de ti mismo que es el diario y su lenguaje, con ramalazos de hechuras pasadas, como de prestado, remiso a establecer analogías con el presente, como hacen las voces nuevas, a pesar de que una condición del lenguaje no querida es que asimila el que circula en el presente. Uno habla o escribe por ósmosis con su tiempo. Esto se aprecia mejor en la música. Suenan melodías de principios del siglo XVII y la identificación es inmediata. Barroco. Piensas en el Concierto barroco de Carpentier y en su fracaso musical. Él es el barroco en las formas, pero en modo alguno su sonido de época lo es.
Escribes a las dos de la tarde. Durante un tiempo escribías de madrugada. En otra época lo hacías después de comer. Estos tres momentos, y quizá otros que ya no recuerdas, también te describen: tu volubilidad. Una apariencia dentro del orden estricto que es tu escritura.
Quienes niegan que la intimidad, la autenticidad, la honestidad, la sinceridad pueda representarse, se asumen cínicos, teatrales: interpretan una comedia (sin gracia, es cierto, pero porque no quieren ser graciosos). La intimidad, vienen a decir, es una realidad en mutación, y como no hay modo de abarcarla, para moverse entre ella uno debe interpretar, adoptar una otra realidad, la máscara irreconocible (reconocible en que es real)…