El tiempo, el tiempo, el tiempo
Notas de lectura de La montaña mágica
Leer La montaña mágica en un mes mientras edito un libro que toma la novela de Thomas Mann como pretexto narrativo. Leerla aunque sea diagonalmente; leerla al tiempo que corrijo el otro libro. Leerla rápido y por trabajo, sin tomar notas ni mucho menos escribir un diario de lectura. Bien: lo primero es elegir la edición. La más reciente que puede encontrarse es la de Debolsillo, que adapta a un formato barato la traducción que la editorial Edhasa encargó para conmemorar los cincuenta años de la muerte de Thomas Mann. En las entrevistas promocionales, el editor y la traductora, Isabel García Adánez, aseguran haber trabajado con el texto original e insisten en que la versión anterior, la de Mario Verdaguer, partía del francés y no de la edición definitiva del sello berlinés Fischer. Verdaguer, quizá obligado por la censura o por capricho, también mutiló algunos pasajes enteros. Las últimas páginas, dedicadas a la descripción del campo de batalla de la Primera Guerra Mundial aparecen aligeradas y los cuerpos mutilados se convierten en giros abstractos y omisiones caprichosas. Pero todo esto lo sabré luego. Lo que tengo claro ahora es que necesito un ejemplar de La montaña mágica. Lo pienso mientras como y entonces comer se me vuelve algo tedioso, un baile mandibular que retrasa la compra del libro. La única librería que está abierta a estas horas y en la que no me siento culpable comprando es La Casa del Libro. Tengo una media hora a pie. Encuentro un ejemplar de Debolsillo sin mucho esfuerzo; el lomo mórbido que hacen sus más de mil páginas se ve de lejos. Lo que no se ve en la cubierta es el nombre de la traductora y al ir a la página de créditos me encuentro con que no hay mención para el maquetador, los correctores o el editor. Todos ellos quedan elegantemente desplazados del reconocimiento del libro por un sobrio © 2020 Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Recuerdo que justo hacía una semana había leído a Paul B. Preciado hacer en Dysphoria mundi una convincente llamada para «poner de manifiesto algunas de las prácticas invisibilizadoras y degradadas de la industria cultural». Y sigue: «La traducción y la corrección de textos son a la industria de la edición lo que la gestación es a la economía de la reproducción heteropatriarcal»; en su comparación, el editor y el autor serían el padre, los que ponen el nombre y se llevan la pasta, mientras que la traductora y la correctora serían una madre subrogada, que, entre otras labores, cuidan, limpian y adecentan el texto que otros metaapadrinan. «Visibilizar y reconocer el trabajo de los gestadores-traductores es una tarea urgente», concluye Preciado. Subrayo con rojo, añado un asterisco en el margen mientras asiento con la cabeza, pero cuando voy a las páginas de crédito encuentro que otro elegante © Editorial Anagrama S.A., 2022 se levanta sobre los nombres de las correctoras y las maquetadoras. Comienzo a leer sin saber qué madres han cuidado ese libro…