Cuatro poemas - Giles Castel
Antes que nada
El primer respiro
luego del llanto de nacer desnudo
avanza el reloj que tarde y temprano
amarras a tu muñeca cerca del pulso
de tu sangre circular.
Estás en el presente bien encamisado y dispuesto a ceder
el rompecabezas que es estar con zapatos
No encuentras las piezas suficientes
para acostarte tranquilo diciendo:
Este soy yo mismo y aquí tengo este único préstamo correspondiente.
Equinoccio
Yo que comprendo poco lo que es evidente
Me siento a mirar las cosas como por fuera
A urdir con las manos lo que toman los ojos
Y termino de sostener que algo hay cierto
En las fisuras de las hojas que han caído.
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Quema en el pastizal
Despiertas.
Abres los ojos tendido como toalla.
Te surgen dudas de si eres cierto
De si todas las cosas pasadas te han sucedido realmente.
Miras por la ventana y compruebas que vives entre otros que ocupan lugares que jamás ocuparás.
—Un quitasol en medio de una playa turística—
Te das cuenta que los círculos de poesía son escasos,
los perros atropellados aumentan cada año
y que los ingenieros han hecho puentes al revés.
Te miras la mano derecha desconfiando de sus dedos,
Para la certeza no encuentras mejor excusa que abrir la palta con un tenedor.
Habrás hecho de bufón en las fiestas por desprecio a la sobriedad
Y te descargaste de vergüenza frente al inodoro al día siguiente.
Atravesaste la juventud con elocuencia
Que luego, tras los intentos fallidos,
Descubres ignorante y lejos.
Cada noche antes de dormir
Discutes con la cama problemas que son de la almohada, los resuelves medianamente y para mañana te cubres de promesas que rara vez cumples.
Te gusta hacer de máquina irónica, conversador de incertidumbres, coqueto conocedor de flora y fauna, pero no eres estrictamente más que un saltamontes en medio del incendio de un pastizal en expansión.
La Moneda incendiada
A Eduardo Miño, a sus amigos, ex colegas y familiares.
Tomaste la palabra con un lápiz
Y escribiste a puño cada letra
Hasta llegar a «Alma». Allí
Recordaste el sueño difícil que te mantuvo despierto la noche anterior.
Pensaste en tus tres hijos, pero desaparecieron cuando escribiste «Desborda».
Seguiste el pulso de tu impotencia
Diferente al de tu corazón furioso.
No podías entender.
Te mordías los labios, te sudaba la frente y chirriaban tus molares.
Pensaste en tu niñez de hombre pobre,
En los principios familiares.
Querían que fueras una persona de bien, que trabajaras para conocer el sacrificio de poner, junto a los platos, el pan sobre la mesa.
Allí viste el pesado cuerpo de Dios
Y deletreaste «Humanidad».
La abrazaste como quien conoce la desgracia propia.
El veneno se multiplicó
Volvió propio lo ajeno y encontraste a tus colegas en la tristeza.
Se congregaron
Armaron grupos
Se manifestaron
Hicieron las de la ley
Siguieron paso a paso los protocolos
Expresaron sus peticiones
Sus descontentos de todas las formas posibles y ridículas.
La respuesta abierta fue una puerta cerrada en la cara.
No podían entender, gritaron, golpearon, rieron de absurdo, lloraste, lloraron, se nombraron uno a uno los cancerosos, los envenenados por vender el tiempo de su vida
Pagando la muerte.
Escribiste «Ya no soporta»
Ya no soporto
Ya no soporta
Ya no soporto
Ya no soporta.
Preparaste una carta
Después del plan
Te detuviste esa noche
Miraste al cielo que estaba despejado
Usaste los mismos ojos para ver una estrella
Con los que amaste la juventud
Con los que hiciste amigos y el amor
Con los que viste crecer a tus hijos
Jugar como hacías para ser una persona de bien.
Tomaste el combustible la mañana siguiente
Ataste tus cordones fuertemente
Imprimiste tus palabras y las repartiste.
La concentración era en La Moneda.
Te juntaste con tus colegas: el conjunto del descontento
Habían muchos y los represores
Estaban los tuyos y los otros
Estaba tu decisión y las palabras
La desesperación y los culpables
Tu alma y las armas
Mientras todos miraban
El fuego acercarse por voluntad propia
El combustible y la pesca
Hacia el incendio de sí mismo
Hacia el incendio de Chile
Hacia el acto de amor infinito
Deshaciéndose en el aire como ceniza de cielo
Todos vieron lo ocurrido
Estaban los tuyos y las caras de horror
Estaban los gritos y los alaridos
Estaban las fuerzas armadas de rodillas
Estaba tu amor repartido en el aire
Oxigenando la multitud llorada
Las autoridades rechazando la mirada
Evadiendo con los ojos la culpa en sus cabezas.
Estaba tu amor repartido en el aire
Escribiendo «Tanta injusticia»
Tanta injusticia
Tanta injusticia
Tanta injusticia.
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