Dos poemas - Giselle Lucía Navarro
Taxidermia
Una niña
debe preparar sus manos para sostener armas
y asegurarse que la pólvora jamás bese el aire.
Las niñas deben crecer
del mismo modo que crecen las ciudades
ante los ojos del enemigo.
Es díficil conservar la inocencia
en la piel de los muertos,
pero la juventud
no puede ser taxidermia del mundo que anochece.
He enumerado los partos
de mi generación de niñas,
el dolor cervical de sus silencios.
He sido todos los rostros castos
que miraron a mis ojos,
con la dureza de las muñecas
que quedaron sin cabeza
entre los círculos del porvenir.
No llevo marcas
porque la cicatriz domestica
lo que la memoria entiende.
Mi palabra tiene la pólvora que le falta a mi sonrisa.
No llevaré sobre mi edad escudos
para apuntalar las durezas
que nos dejaron como herencia.
No sembraré el dolor como símbolo de madurez.
Mi cuerpo no es una estructura de combate.
No he nacido para gravitar en instrumento.
Mi corazón no es un arma.
La tristeza hizo a mi corazón hermoso
pero ya es tiempo de las germinaciones.
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Raíl
Los niños que nunca fuimos
tomaban el tren de madrugada
con el gesto del futuro entre los puños
y la piel de los colegiales campesinos
que viajaban a la capital para estudiar
con los bolsillos repletos de espejismos
y el rostro inocente.
Entre las manos,
los boletos de cartón y la esperanza.
En los pies,
las botas nuevas y lustradas
que nuestros padres compraron a plazo.
En la maleta, los consejos de todos.
Sobre la frente, el eco del porvenir
en esas primeras gotas de sudor
con que la ciudad nos recibía.
Los niños que no fuimos
maduraron en los salones de arte,
untando pintura
sobre los caballetes envejecidos
como quien ajusta todo a la belleza,
con un atrevido deseo de crecer.
El mundo era un viejo bulímico
que no quería posar para nosotros,
pero al cerrar los ojos podías retratarlo,
quitarle las arrugas
e imaginar que la juventud
era un boceto al óleo que nunca se secaba.
Los niños que no fuimos
se besaban tímidamente
frente a la misma pared de ladrillo
con grafitis antiguos,
mientras masticaban sus versos apolíticos
con el gesto de la lengua salvada
y el suspiro.
Era todo tan plausible
en aquella momentánea nulidad de la existencia
como la vida que no tuvimos
pero creímos tener
en el interior de las puertas que no abrimos
ni cerramos,
los umbrales que contemplamos
con ojos demasiado bisoños
como para notar la decadencia del siglo.
Algún tren pasaba
frente a la pared del grafiti,
ruido y temblor sobre la piel,
vagones de alquiler en la memoria
donde sembrar esos kilómetros conocidos
por nuestros cuerpos jóvenes.
Todavía teníamos rastros de humo,
demasiada pintura entre los dedos.
El temblor de disparos lejanos
destrozaba los caballetes
con los cuadros encima,
pero tú y yo
éramos un verso apolítico
sostenido con saliva,
un gesto de labios e incendio
en las puertas del tiempo
convirtiéndonos en esos adultos
que tampoco pudimos ser.
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