Heridas blancas
Solo la muerte es más blanca que el diente.
L.M.PANERO
Un pedacito de estructura anatómica calcificada (un pedacito de tres cuerpos)
Al principio éramos tiempo blanco unido y líquido, como si nos gestáramos por segunda vez. Yo sentía cómo toda mi leche se convertía en huesos y dientes. Dientes que iban saliendo lentamente, uno a uno, blancamente para poco a poco dejar lo líquido, dejarme en lo líquido.
Mis dientes en su boca mordían mi leche.
Su leche mordiendo me.
Seguía siendo un tiempo unido líquido calcificado, que chupaba y mordía, que se diluía y separaba. Nunca habrán unos dientes más blancos que los dientes de leche.
Blanco marfil, blanco concha, blanco zinc.
Los dientes de leche existen para conservar el hueco.
Blanco deciduo. (Deciduo: que cae fácilmente).
Blanco deciduo destinado a caer, blanco deciduo destinado a mantener el hueco.
El blanco más blanco destinado a caer tiene raíces delgadas y largas que se anclan en el hueso. Raíces que serán mordidas por los nuevos dientes hasta dejar unas pequeñas conchas listas para desprenderse.
Hoy se cayó su primer diente de leche y, aunque es su diente porque salió de su boca y de su cuerpo, no puedo dejar de pensar que ese diente es un poco mío también.
Hoy tengo este diente (hecho de mi leche) en mi mano. Sé que cuando se terminen de caer todos (sus) mis dientes de leche y le salgan sus propios dientes, morderá lo que él decida, y serán suyas las consecuencias. Cuando esos dientes caigan definitivamente ya no estarán en mis manos.
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Tumbas-cuna
Del lado del cementerio oficial hay un intenso olor a flores muertas, mezclado con el leve aroma de las frescas. Sigo un camino intrincado de nichos, ordenados y clasificados en letras y números. Mausoleos que contienen a las familias y sus apellidos extendidos hacia atrás.
Las fosas comunes no tienen puerta ni entrada, solo un gran muro para delimitarlo del cementerio oficial, el resto es un gran terreno baldío. El piso está lleno de florecitas silvestres que crecen aleatoriamente entre bolsas de plástico, pares impares de zapatos, huesos sueltos sin cuerpo, pedazos de telas elegantes que alguna vez fueron un bonito vestido de fiesta de quince años.
El cementerio oficial, a diferencia de las fosas comunes, guarda los huesos de los cuerpos ordenados en cajones de madera, ordenados vertical y horizontalmente en nichos. No solo tienen un orden esas tumbas y esos cuerpos, los 206 huesos de cada cuerpo le pertenecen a alguien, tienen un nombre, una familia, un antes y un después, relumbran articuladamente, ordenadamente, en su orden y en su historia.
Los huesos, en las fosas comunes, están esparcidos dentro y fuera de la tierra, dentro y fuera de la palabra cuerpo. Brotan, migran, se mezclan con otros tipos de huesos y objetos. No tienen letras de nombres, ni cruces de Dios que los cuiden.
Al final del cementerio, muy al fondo, hay un gran muro que divide los nombres de las fosas comunes.
Estoy parada frente a él, es rocoso y alto, da la impresión de estar ahí desde el inicio de los tiempos, antes incluso que este cementerio; pareciera que lo que divide es algo que está más dentro que la tierra y a la vez su altura impone un límite aéreo.
No me intimida. Si he podido escalar sin cuerdas, cruzar al otro lado no será tan difícil…