La edición: salvajada, ruego y llovizna
Una conversación con Orianna Camejo, directora editorial de Lecturas de arraigo
Nos divide todo. Las horas, los países. Cuando en Uruguay son las cinco de la mañana, en España son las nueve. Compartimos la misma mañana de formas distintas. Aquí la luz no se atreve aún a salir, el campo reside dormido en su neblina. En Madrid la luz inunda la sala donde ella se sentará, dispuesta a contarse a sí misma para nuestro encuentro. Orianna Camejo. Venezolana. Comenzamos a hablar. Nos conocemos. Estamos lejos y durante una hora y media nos une todo. El siguiente trabajo es el producto de nuestra conversación:
Verla recordar. La mirada en concentración, que no se esparce. El recuerdo mínimo —pequeños placeres y angustias, una hora inalterada, de mañana, el silencio— y el máximo recuerdo: una época que fue un espiral para todos, una ciudad que nunca pasará al olvido y la nueva vida que se pliega para resonar su amplitud. La memoria es una inundación: ella recuerda la Caracas de 2011. Las calles que eran un grito en su somnolencia. La ebullición de un tiempo que se venía encima, cataclismo que fue relato y narrador.
Entonces se forma una imagen real, palpable. Las luces encendidas de la plaza Altamira. Cerca, el metro, con su boca desdentada y grave; cerca, Lugar Común. Era el siglo de la mente que presentía el quiebre venidero: entrabas y el aire era también un libro. Los tomábamos en las manos como si no fueran objetos sino sensaciones. Y hervía el libro, quemaba, y al salir de la librería —después de las tantas horas y los tantos libros y los amigos y el café y los dedos multiplicados por el tacto de lomos, páginas, ojos que robaron lecturas en el sillón de la esquina— entonces el libro —como librería, no como objeto— era inolvidable. Orianna Camejo recuerda esa época como un lugar de silencio y bullicio. 2011. 2012. 2013. 2014. Era la época de Lugar Común y de librerías de viejo, sus preferidas. Todo sea por encontrar primeras ediciones de libros venezolanos. Y cada día las horas aumentaban en la búsqueda, revolviendo estantes, seleccionando. Pero el desastre indujo a la maleta y al descarte, a Maiquetía, al vuelo. No pudo seleccionar libros para llevarse. Quemó las naves. Lo intentó: pensó en setenta libros. No pudo escoger. El incendio comenzó en las velas y se extendió hasta la cubierta del barco. Se desintegró la madera y lo que antes permitía, ahora era una prohibición. Ya no le fue posible ni escoger ni volver. Optó por dos únicamente, regalos: Caracas gráfica, un compendio de imágenes curiosas sobre anuncios y avisos de la ciudad (todos sabemos que su portada, que muestra el coloso Rey del Pescado, es ya un clásico) y un libro de Juan Villoro. Dos libros. Uno que habla de una ciudad que se pierde y otro de una ciudad que se gana. El aeropuerto. Primero un plan: CCS-CDMX. Dos años después llegaría a España.
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Estudió letras. Al recordar no duda de su elección. Sabe que el libro es y será una constante en su vida. ¿Licenciatura en letras? ¿Para qué? ¿Escribir? En realidad, el libro como forma y modelo de vida. Eso sí. Hacer libros. Se forma. Hace un diplomado en edición. Presenta su proyecto. Le auguran fracaso. ¿Editorial de literatura venezolana? ¿Aquí en España? Pero si no hay suficiente migración, dice el director del programa. Orianna duda de su visión comercial. Todo artefacto de lectura tiene un público, alguien a quien le va a resonar el libro, dice. La miro. Lucha contra el mercado, que todo lo apaga. No hay dudas de su esperanza. Sí se puede. Trabaja con las uñas. Es una mujer editorial que ha ideado todo el proceso intelectual de Lecturas de arraigo. Y de UBICUO —esa experiencia púrpura y visual y auditiva que tiene poesía y narrativa y ensayos a color trayendo a la realidad el libro como belleza. UBICUO fue el inicio. La experiencia le ha preparado. Engrana motores para la editorial.
Al hablar de la infancia su mirada se agranda. Es un rostro que se indaga, espejo. También es ternura concentrada, fiel reflejo de su reverencia. Quizás no quemó las naves porque la memoria no es barco, es fuego. Lo incombustible verdadero. Fue su abuelo, emigrante como ella, de Canarias. La literatura juvenil la llevó a leer. Su abuelo, al ver su avidez, la incentivó. Habla de él con respeto y cariño. Su mirada se agranda más y ocupa la habitación. Habla de Canarias, de Mararía, de Rafael Arozarena, como el libro que la llevó a todos los demás, recuerda la relación con su abuelo, cómo la llevó, con su impulso, hacia una vida lectora. Gracias a él la conocerían como la niña a la que se le regalan libros.
Siguió leyendo. De madrugada. Hasta que amanecía, en la urbanización Guaicaipuro, donde pasó su infancia. Nadie más leía. Solo ella. Una madrugada decidió estudiar letras y comenzó su camino.
En su imaginario vive la infancia junto a su familia. Recorrió Venezuela. Fue la educación sentimental que la formó. Curioso entonces que su editorial se llame Lecturas de arraigo. ¿Arraigo en la infancia, arraigo en Venezuela, arraigo en España? En su casa española ya no caben libros. Adquirirlos y poblar la casa con ellos también es una forma de arraigarse.
La lucha editorial la llevó a UBICUO, proceso formativo, para movilizar Lecturas de arraigo como editorial: el norte de cuentos y novelas. El arraigo está presente —es imposible que Caracas se desvanezca— porque dice, mientras recuerda aquel 2011, donde había creación y soltura en el sistema literario de la ciudad: «mi intención latente es poner la semilla para que todo eso renazca. No voy a pretender que con nuestros proyectos relancemos un país fallido, un estado roto».
Sin duda, editar libros es una forma de revivir a un país muerto.
Por eso Lecturas de arraigo busca una mirada refrescante. Sobre todo para Orianna. La editorial no necesita romper paradigmas o quebrar nada. Ella lo sabe: piensa en la pretensión de cazar o conseguir el libro de narrativa venezolana, perfecto, que diga y enuncie: aquí está la totalidad de la cultura del país. Pero no. Piensa que no necesita insistir en la herida. El rencor, incluso, es una etapa. Como en el duelo. Negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Sí tenemos una herida, afirma, y luego piensa: ¿pero qué hay alrededor? ¿Con qué ungüento la estamos tratando? ¿Qué está sintiendo el migrante?
Para editar se conecta a un nivel emocional. Cada manuscrito es un proceso difícil. No se puede forzar el producto comercial. Ella confía en esa visión: la primera ingenuidad de la lectura. Lleva un año editando Desde la salvajada, el libro de Alejandra Banca, el primero después de UBICUO. El proceso fluctúa constantemente. Es una mujer editorial que a la vez trabaja como camarera. Ciertos días es un cuerpo que atiende y un par de días es una mente que edita. Las regalías de Lecturas de arraigo le permiten pagar la mitad de su cuota de autónoma, solo eso. Pero así se piensa Orianna. Y sonríe. Por eso, concluye, editar es paciencia, estructuración. No se puede acelerar el proceso literario en la lectura, aunque después edite apuradito. Se trabaja con el propio ritmo del libro, al que llama un producto no convencional. Siempre está vigente. Le gustaría publicar literatura venezolana contemporánea y otras experiencias migrantes. Así se pueden conectar los mundos: analizar y buscar la pertenencia final de cada persona. Editar es un oficio.
¿El futuro? Este:
Desde la salvajada, de Alejandra Banca. Se trata de un grupo de amigos migrantes en Barcelona. Algunos son trabajadores de Glovo. Considera el libro como una novela inconexa o como relatos. Se ambienta en Caracas y Maracaibo también. Es un tesoro para ella. Su mirada proyecta el libro como si estuviera ahí, en sus manos. Le ató su prosa. Lo refrescante que fue. Pasó de tener ocho relatos, a 16, a 12. Se siente satisfecha.
Luego será Estación de ruegos de Raquel Rivas Rojas. 60 páginas. Una visión completamente distinta de alguien que emigró hace mucho tiempo. Es un libro de viajes.
Por último llegará una novela de Adrian Sandoval, Llovidas. Él vive en Buenos Aires. La temática da un giro. Es una novela de horror analógico. Hay guerras y mangos nucleares. Y fantasmas. Y todo está centralizado.
Una novela congruente con la época en que vivimos.
Lecturas de arraigo tendrá un catálogo sin colecciones. El juego está permitido. Orianna piensa: «estamos heridos de muerte pero no estamos muertos todavía». La miro. Entiendo lo que busca. Conecto con su contexto de migrante. Su casa es luminosa y amplia. Es de mañana y nada ha comenzado aún. En Uruguay ha amanecido. Su voz se entrega a la confianza, quizás como sucedió en la época espiral de 2011, donde todos querían todo y nadie sabía nada del futuro.
Hay vida alrededor, dice.
Y pregunta: ¿Merecemos divertirnos un poco, no?