Musga fónica
Por todos los astros lleva el sueño
pero solo en la tierra despertamos.
EUGENIO MONTEJO
Manhã sem rusga
pequeno depósito de agrura na poça
exorbitei de alegria
a abóbada celeste não dá vazão
silos de silêncio
ó ser astral
o capim é minha grande reserva interior
a esperança.
MARIA LÚCIA ALVIM
1
Dar la redondez que irradia
el río de sí para el despojo,
arremolinarla a los hechos
que partieron, ya no serla llaga,
ni gula preguntarle qué bondad
tan aplanada hay en la hiedra.
Pisándola iba entonces
la fauna hasta otra sangre.
Ahora como hierba secular
variaba ala de silencio
en orvallo.
Circundante era así:
atada al hosco
hueco del volcán.
Aventarla fuera de la mente
del murciélago.
Estremecer esa árida bacteria
que significa enumerar sílabas
en lengua menos parda.
Y esta, que asta mía
por voracidad
frunce resonancias ajenas.
Solo la borro desnudez:
evidencia de otra tierra
cuando enmudezco,
y enmarañándole la voz,
como la cola del gato,
galga la hago a mi metamorfosis.
Miscelánea va cruzándome
los dedos a la medida
del cuarzo.
Anhelo nombrarla matriz
de cangrejo entre las conchas,
huevo indeciso del larval.
Pero me quedo aquí:
sonido es paciencia,
oído de pata albergada
en venas de otros granos
menos húmedos.
Sonido es musgo gago
que halla todo
por destino.
2
Refundiéndola en barro,
nos estrujó de vuelta.
Un hormiguero fuera
de la voz por superficie
trae esta sánscrita galaxia:
riego magnético,
mineral sordo
que supervisa la sal.
Y así como la piedra,
rodamos río abajo.
Placenta en horda de pluma.
Palabreo de especie.
Nunca más frontera
por crucifixión
o germen.
Todo pasa como audiencia inocua:
un hormiguero quemándonos
erróneas formas de habla.
Balbuceos alrededor
la llevan al manantial
que enfrenta el cráneo.
Ese oficio que imagina
algo albo en la glándula.
Los rasos por sí mismos
son testigos de esta lucha,
agria de acciones que trastornan
la historia en lenguaje.
Al semillero se llega en levedad,
al semillero obra la cala florida
porque impacta la máquina.
Apenas la simiente,
plegada al pasto del puma
en bramido, es verdadera.
Como araña teje el organismo
que embaucamos,
solo describirla en redondel
de espuma nos hizo aptos.
Escribir un día más,
una noche menos.
Discernir que el barro
es nuestra morada,
nuestro astro,
nuestro mantra.
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3
Al final del habla diseca las figuras.
Torrencial las disgrega.
Cada una, polimorfa,
se atreve a ser madre.
Por verdad canora
entenderlo es ampararse.
Y amanece:
el cuco con su cría augura
la llegada del pensamiento,
mecido entre las ramas,
mide la estrella del pico
y la deja a mi lado
como médula.
Lo dicho, cuerda
o mausoleo sonoro
sorprende la chispa
que caldea.
Y anochece:
discernirse como si nunca
hubiésemos existido,
desvestirse en gramática germinal.
Esquivar lo sórdido
para la ética del gajo,
ese ombligo,
esa lumbre.
4
La tierra como un músculo circunvalado,
entera noche tupida de tarareo:
lince, gavilán,
lombriz neófita del crepúsculo.
La tierra, nuestra noche,
sotana del aire
en el sentido del sauce,
no cesa.
Ruta fugaz crecía en filamento de sábila.
Corearla minúsculo
en el sacrosanto pestañar
de un animal cualquiera:
mamífero vespertino
de hospicios, ser,
parecer, uno más en ella
templado cuando cae
como espiga.
La sabemos cuando nos vemos morir,
cuando arqueamos, en llanto,
lo ido por su absorción:
esa gacela que la bestia traga.
La tierra.
El sonido del sauce calcado
por la espiga.
Cuna del aire, el sauce, la tierra,
la noche aguada a su tronco de reptiles,
de hijas llamadas caléndulas verbales.
Y de repente, el cuerpo descubierto,
arraigado al tronco.
De repente, serpentino,
el cuerpo de raíz.
De la tierra,
que en ascuas
muge el mirar.
5
Que baila devolviéndole
una tráquea.
La tierra viscosa, liviana en aguaceros,
luz del locus borroneada
turbándole tinieblas.
La tierra que lúcida
lapida lo negro.
Pedía no.
Por decir algo:
sonar hasta tallarla.
Sesgo del sumiso
decir que yace castrado.
Carraspearle caracoles
encima del linaje,
caracoles le lo la el
poro entre espinal.
La tierra lijada
le daba claro pétalo.
La quizá.
La testiga.
Hazla,
le campaneaba
la mañana entera
en musga fónica,
librada de ónices
que no cabían
en lógica plausible.
Porque al cerrar los ojos
era cumbre la coral.
Alta alga de cobijos
marítimos.
Estival bendita
como el que recrea
lo bruto.
Cobalto.
Maestra idea
naciente en mosca
de charca:
sé castaña,
onda que reluce,
bruma de urna,
y al levantarse el muro:
derrúmbalo.
Lo cándido pulsa
la mañana sin redada,
pequeño depósito de hiel,
barrizal que exorbita en alegría.
Ella, la cúpula celeste,
elevada sin vacío de silencio,
ser astral, hierba,
mi interna premonición,
mi esperanza.
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