Cómo la hija de Tadeo se quedó huérfana

Los cigarros me dan tiempo para respirar. A la gente ya les da asco, especialmente a mi hermano Chemo. Yo ya ni siquiera disfruto el sabor, pero me dan tiempo a solas, tiempo para respirar. Así que simplemente me hago pa’lado, lo prendo y disfruto el momento. Chemo ni siquiera se da cuenta de que estoy fumando. Está completamente inmerso en la ejecución perfecta del plan. Si tuviera un cigarro por cada trabajo que ha salido mal… No importa cuán perfecto sea el plan, siempre hay una pequeña variable que nadie hubiera considerado. Nos hemos convertido en maestros de la improvisación. Esta vez es diferente.

La caza habitual a la que estamos acostumbrados es entre humanos. Perseguimos y nos persiguen. Madreamos y nos madrean. Matamos y nos matan. Estamos preparados para eso, pero ¿cómo se nos fue esto? Maldita Santa Madre Naturaleza. Esa perra. Gritando una vez más que no somos más que una insignificante mota en el universo; polvo que puede ser obliterado en cuestión de segundos.

Chemo creía que era un plan impecable: Tadeo y el Alicho toman la maleta, nos vemos en esta playa desolada en medio de la nada, nos deshacemos de ellos, navegamos hacia el oeste en el bote del Alicho, y desaparecemos en el olvido, lejos de todo esto. Fácil.

Hace un frío de muerte… esta playa olvidada por Dios en el fin del mundo, no lo pensamos bien. Hay una razón por la que está desierta. Sabía que íbamos al sur, muy al sur, pero las estúpidas chamarras de ganso que compramos no sirven pa’nada. No conocemos este frío. El cigarro ayuda.

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En la distancia, dos siluetas. El fuerte viento parece casi levantarlas del suelo. Se acercan. Puedo reconocerlos por cómo caminan. Se acercan más. Tadeo camina irritado, sosteniendo la maleta. El Alicho cojea.

Incluso mientras los copos de nieve se quedan pegados en sus largas y negras pestañas, Chemo no parpadea. Su mirada está fija en Tadeo, el gordo que sostiene el maletín. Parece un hombre que te apuñalaría en el ojo por pestañear mal… lo haría, pero no es un mal tipo. Deberías verlo con su hija, es el papá del año. Su esposa murió el año pasado.

El tipo calvo, el que cojea y lleva una rodillera, es la mano derecha de mi hermano, el Alicho, Alejandro, el Cojo. Siempre quejándose de su rodilla mala. Todavía no estoy seguro de cuál es. Simplemente no puede ponerse de acuerdo si es la derecha o la izquierda. Todos nada más le seguimos la corriente.

Y yo. El tipo larguirucho y no esencial. El que mi hermano saca solo porque mi mamá se lo pidió antes de morir. «Échale un ojo», dijo. Y vaya que obedeció.

El Alicho me sonríe tontamente antes de pararse junto a Chemo. Tadeo le entrega la…

Andrea Gobera

Andrea Gobera (Ciudad de México, México, 1989). Publicó Y llegaron las ratas con baldes de lluvia en Fundación La Balandra.

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