Verdades y mentiras en la literatura autobiográfica

Brett Jordan

1. Miénteme

Me aterra la inteligencia artificial. El modelo de lenguaje ChatGPT es capaz de escribir un soneto de rima asonante, una disertación sobre el sistema solar, un cuento sobre una joven llamada Lily que vivía en los lindes de un bosque y un día encontró un cristal mágico que le confería el don de la clarividencia. OpenAI promete que las nuevas versiones de su retoño serán mucho más potentes. Puede que un día sean capaces de hacer en segundos lo que a los escritores nos lleva años, y lo hagan mejor. Me provoca pavor pensar que la vocación a la que hemos entregado tantas horas y esperanzas quede obsoleta. 

Cuando me veo asaltado por este pesimismo me consuelo pensando en que siempre nos quedará una frontera sin usurpar: la del intérprete. Seguimos asistiendo a conciertos en vivo sin importarnos la precisión de los sintetizadores. Queremos ver a actores de carne y hueso y no a avatares digitales. Admiramos la habilidad de un caricaturista callejero a pesar de las ilustraciones creadas en segundos por la inteligencia artificial. ¿Cuál es el equivalente en literatura? La autobiografía, claro. Las vidas que cuentan los escritores autobiográficos no pueden ser vividas por ninguna máquina. El autor es el intérprete retrospectivo de la pieza compuesta, sin él la obra carece de sentido. Y, lo sabemos todos, a los lectores les gustan las historias reales. Lo vemos a diario, desde el éxito de las memorias del príncipe Harry al Nobel de literatura a Annie Ernaux por una vida consagrada a escribir sobre su vida. No podemos evitarlo: tenemos hambre de realidad. 

Jorge Volpi, en su ensayo Leer la mente, afirma que el lujo que nos brinda la literatura de vivir vicariamente no es un juego «sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social, la empatía, la solidaridad». El cotilleo es un instinto del ser humano: conocer las experiencias de los demás, guardar secretos o decidir compartirlos, nos permite forjar alianzas, avivar conflictos, manejarnos mejor en nuestro entorno. Y si esa información está vehiculizada por un aparato estético, tanto mejor. Ante una autobiografía o una ficción con la etiqueta de «Basada en hechos reales», se despierta esa parte primitiva de nosotros que necesita asomarse a otras vidas para vivir mejor la suya. Nuestras expectativas y actitudes ante la obra cambian radicalmente cuando sabemos que se trata de una historia verdadera. ¿Verdadera? ¿Cuánto hay de verdad en las obras autobiográficas y cuánto de invención? Lo que diferencia a la autobiografía de la más laxa etiqueta de autoficción es precisamente el pacto de sinceridad absoluta que se establece con el lector, pero, ¿cuán a menudo se traiciona ese pacto? 

Algunos de los más reconocidos autores autobiográficos admiten deformar los hechos para hacerlos encajar en el molde de su obra. Es el caso de Vivian Gornick y sus Apegos feroces. «Algunos pensarán que miento. Pero se entiende: es irresistible contar historias. Y no le debo a nadie la realidad. ¿Qué es la realidad?».

Mary Karr, en cambio, sí cree en esa deuda de realidad y defiende el derecho de los lectores a saber si se falla a la verdad en una autobiografía. Si has elegido consagrarte a este género, debes defender esa elección con todas sus consecuencias, afirma Karr, no dejarte tentar por la invención, porque «inventar rompe el contrato con el lector y aleja al memorialista de las verdades profundas». Karr no tolera la mentira, excepto cuando ella misma la practica: en su tratado The art of memoir, tras una larga diatriba en defensa de la honestidad, admite hasta doce excepciones a su regla, que coinciden (mira qué casualidad) con las doce libertades que ella misma se tomó durante la escritura de El club de los mentirosos.

Por supuesto, las mentiras no suponen ningún problema por sí mismas: si el autor es lo suficientemente hábil, el éxtasis del lector al saber que está ante una historia real puede mantenerse intacto. El problema viene cuando las mentiras son descubiertas.

 

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2. ¿Por qué mentimos?

Mentiras piadosas, mentiras descaradas, mentiras compulsivas, mentirijillas, medias verdades, engaños, embustes, falacias, trolas y patrañas. Hay muchos tipos de mentiras, como también hay muchas razones por las que mentir. Por dinero, por fama, para eludir una responsabilidad, para proteger a los demás o a nosotros mismos, para controlar la información, para manipular. También existen los que mienten por puro placer, o quienes simplemente no pueden dejar de hacerlo. A algunos las mentiras les producen sonrojo y culpa, la necesidad palpitante de vomitar una confesión. En cambio, los mentirosos compulsivos, también llamados mitómanos, mienten con facilidad y sin culpa. Un equipo de investigadores de la Universidad de California se propuso explorar qué ocurría dentro de esos cerebros mentirosos. En el cerebro hay dos tipos de sustancia: la gris, formada por los cuerpos neuronales, y la blanca, formada por los haces que conectan unas neuronas con otras. Al parecer los mitómanos poseen menos sustancia gris en la corteza prefrontal, lo cual se traduce en una menor capacidad para inhibirse y una mayor impulsividad. Y allí donde les falta sustancia gris, les sobra sustancia blanca, lo que implica un mayor número de conexiones con otras áreas del cerebro y por tanto una mayor capacidad de asociación. Esto facilita la creación de historias y, por tanto, de mentiras. Mentir también puede activar el circuito de recompensa: la excitación del riesgo y el alivio posterior al no ser descubiertos pueden llegar a inducir adicción.

Hasta aquí las mentiras del mundo real, pero, ¿por qué mentir en una obra cuyo sentido es contar la verdad? Podríamos distinguir un primer tipo de mentiras llamadas de causa externa: todas aquellas que se cometen para paliar las posibles consecuencias que la publicación de la obra pueda tener en la vida del autor. Por ejemplo, se puede mentir por omisión para evitar problemas legales. En su autobiografía It's Not About the Bike: My Journey Back to Life (2000), Lance Armstrong se olvidó oportunamente de mencionar que llevaba años dopándose para lograr sus éxitos deportivos. No debería sorprendernos: nadie es tan estúpido como para admitir un delito en una autobiografía. O quizá sí: en sus memorias, Pablo Neruda relata de esta forma su encuentro sexual con una sirvienta en Sri Lanka, durante el tiempo que el poeta pasó allí como cónsul de Chile: «Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama [...] El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme». Este relato ha generado una reciente controversia que ha ensuciado el legado del ganador del Premio Nobel de Literatura. Pero quizá lo más sorprendente es que la sociedad haya tardado tanto en fijarse en este pasaje, teniendo en cuenta que Confieso que he vivido se publicó en 1974. 

Hay otro tipo de mentiras, que podríamos llamar de causa interna, que se cometen para mejorar la obra en sí. Aquí podemos distinguir a su vez las modificaciones de las invenciones. Las modificaciones son aquellas destinadas a mejorar la estructura y facilitarle la vida al lector. Simplificar cronologías, fusionar personajes, cambiar escenarios. En nuestra vida suelen ocurrir demasiadas cosas que involucran a demasiadas personas en demasiados lugares y períodos distintos, dando lugar a una sobreabundancia de nombres, fechas y ciudades que abrumaría a cualquier lector. A excepción de fundamentalistas como Mary Karr, el mundo literario suele mostrarse comprensivo con las modificaciones. En cambio, las invenciones son más susceptibles de generar indignación. También son este tipo de mentiras las que han dado lugar a los más conocidos escándalos de la literatura autobiográfica…

Alejandro Albán

Alejandro Albán (Granada, España, 1988). Escritor afincado en Madrid. Psiquiatra de profesión, ha publicado la colección de cuentos A ritmo lento (EUG, 2017) y la novela autobiográfica Solo los valientes (Círculo de Tiza, 2022), además de medio centenar de artículos científicos en el campo de la psiquiatría y la psicología.

https://www.instagram.com/alejandro.alban.125/
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