Me despido y no me voy
Limpias tu vientre, abuela, con delicadeza.
Sobrevuela tu mano herida el algodón,
tus manos desgastadas, inútiles.
Y frágil, limpias tu vientre, abuela,
yo te veo
tras el pinchazo te observo desde la esquina.
Miro cómo derramas el líquido y lo extiendes
sobre tu vientre hinchado.
Observo, con estos ojos, los que un día bendijiste
con tus manos limpias.
Con ellos atravieso tu dolor, abuela,
tu compañía eterna.
Limpias con delicadeza tu vientre,
pues sabes que este algodón será el último
que caerá sobre tu piel y que mis ojos
—estos ojos tuyos— serán
lo último que vean
en el dulce y quebrado movimiento
de tus manos.