Cinco gatos despiertan

Lucas Van Oort

El ritual del ronroneo

El gato en la madrugada

va a ronronear en mi pecho.

Con su penumbra pausada

sobre mis piernas avanza.

Se acerca tan sigiloso

que casi no me despierta.

Entra al ritmo de mi aliento

como se penetra un sueño.

Pone las patas al frente

y me vuelve su aposento.

Es visitante lejano, 

un garabato del tiempo.

Es una esfinge que mira

por mis ojos, más adentro.

Fijamente se abandona,

entra en trance respirando.

Ronronea tan cadencioso,

más profundo cada instante.

Con la garganta vibrando,

murmura cantos de siglos

en alfabetos perdidos,

como oficiando un misterio.

Deja en mi pecho sus ecos

que multiplico dormido

como si yo ronroneara

dentro de un sueño felino.

La ligera impaciencia del gato

Cada mañana temprano,

cuando la luz indecisa

no es más la noche rotunda 

Sin aceptar que amanece.

Una mancha en la madera,

una sombra que se mueve,

que se desliza hacia abajo

como cascada ligera.

Algo que casi sucede:

eso que escapa sin irse,

una lenta consistencia

que parece derretirse.

Es un silencio con cola,

una pelambre difusa,

una llamada a seguirlo.

Es el gato en la escalera

que corre hacia su comida.

El gato del diccionario

Todo en el gato escapa

a definiciones quietas.

El gato en el diccionario

es esa pieza que salta

y deja la cosa incompleta.

Casi en círculo vicioso

lo definen con detalle

al principio y al final

por su casa y por su caza.

Se afanan en domesticarlo, 

en medirlo de arriba a abajo,

incluyendo cola y orejas,

y en darle a su voz el verbo

que sólo él ejerce: maullar.

Otros, para definirlo,

se conforman 

con que atrape ratones.

¿Mueble contra plagas hogareñas?

Qué pobre definición 

de la grandeza profunda

de un ser que se siente dios

y lo es a su manera.

Mi gato me mira y me dice

con su silencio elocuente:

Los señores tristes, grises,

que hacen estos diccionarios, 

seguro no tienen gato,

ni quieren que alguien

los mire en su manera banal,

como miramos los gatos

a los humanos actuar.

El gato proverbial

Mi gato está en boca de todos,

es un gato proverbial.

En reuniones familiares,

cuando alguien se calla de pronto 

decimos que «se comió al gato».

Si se va sin despedirse, 

pensamos que, seguramente,

«se llevó al gato».

Ser persona de palabra,

de verdad independiente, 

significa «tener mucho gato».

Al que durmió sonriendo

se le dice que «tuvo sueños de gato»

«Mirar como gato» es

descubrir al rey desnudo,

al tirano sin máscara,

al payaso sin peluca,

al demagogo, al soberbio

que nos gobierna mintiendo.

Desenredar al que envuelve 

en su telaraña

a todos los demás

es «como gato, arañar».

«Se le eriza el gato», decimos,

de quien no admite sujeción

y no admira al mandamás.

El silencio del gato

Este gato

es un garabato

escrito con gracia,

con ritmo y con libertad. 

Danza música que sólo él oye

y que llamamos caminar 

a paso de gato.

Los humanos,

incrédulos y limitados,

no entendemos 

bien aquello

de que los gatos 

eligen a sus amos:

ellos mandan y ya.

De sus cosas 

no conocemos

sino lo que dejan mirar:

Que son limpios tenaces

y en brama miran al cielo

abriendo ampliamente

su ojo anal.

Que casi vuelan

y caen parados.

Que no llevan bien

la cuenta

de sus siete vidas,

a veces son más 

otras menos.

Que los gatos duermen

y al despertar 

hacen gestos muy raros:

parecen entrar al día 

con la sorpresa 

de quien despierta

en un sueño.

Que tal vez lo es

y nosotros somos parte,

algunas veces,

de su pesadilla.

Que son cazadores instintivos

y ante un pájaro en la rama

no entienden ni los detienen

estrechas cosas humanas:

belleza, vida del otro o moral.

Que enamoran sin más:

su belleza puede ser convulsiva

y algo superior en ellos

inclina a ratos 

a creer sin titubeos 

que ellos son dioses 

que debemos adorar.

Que todo gato simula,

por un rato, estar domesticado.

Pero abandona las casas

donde no se le venera.

Cada gato es una religión 

discretamente felina,

rampante, semi nómada,

a ratos de esta tierra,

a ratos de la luna.

Hay que ser un poco gato

para entender algo del gato,

y yo he visto varias veces

en casas, parques y trenes

suplicantes y humillados

a amos desesperados

aplicándose tenaces a

ronronear y maullar.


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Alberto Ruy Sánchez

Alberto Ruy Sánchez (Ciudad de México, México, 1951). Vivió en París, donde realizó estudios de Literatura y de Filosofía Política. Allí se volvió editor y escritor. Ha publicado veintiocho libros, entre los que destacan los ensayos Una introducción a Octavio Paz (1990), Con la literatura en el cuerpo (2008) y Elogio del insomnio (2011); los poemas de El bosque erotizado (2006), Decir es desear (2012), Luz del colibrí (2016), y Escrito con agua (2017); el relato Los demonios de la lengua (1987) y especialmente el ciclo de obras experimentales sobre el deseo, Quinteto de Mogador (2014), donde confluyen poesía y ensayo en narraciones novelescas y documentales: Los nombres del aire (1987), En los labios del agua (1996), Los jardines secretos de Mogador (2001), La mano del fuego (2007) y Nueve veces el asombro (2005). Los cinco se han vuelto libros de culto en varios países. Su obra ha sido traducida a una docena de lenguas y ha recibido más de veinte premios: en San Petersburgo, Lugano, Montauban, Chicago, Louisville, Zaragoza y México, entre otros. Codirige la revista Artes de México. - Cortesía Penguin Random House.

https://twitter.com/AlbertoRuy
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