Cinco gatos despiertan
El ritual del ronroneo
El gato en la madrugada
va a ronronear en mi pecho.
Con su penumbra pausada
sobre mis piernas avanza.
Se acerca tan sigiloso
que casi no me despierta.
Entra al ritmo de mi aliento
como se penetra un sueño.
Pone las patas al frente
y me vuelve su aposento.
Es visitante lejano,
un garabato del tiempo.
Es una esfinge que mira
por mis ojos, más adentro.
Fijamente se abandona,
entra en trance respirando.
Ronronea tan cadencioso,
más profundo cada instante.
Con la garganta vibrando,
murmura cantos de siglos
en alfabetos perdidos,
como oficiando un misterio.
Deja en mi pecho sus ecos
que multiplico dormido
como si yo ronroneara
dentro de un sueño felino.
La ligera impaciencia del gato
Cada mañana temprano,
cuando la luz indecisa
no es más la noche rotunda
Sin aceptar que amanece.
Una mancha en la madera,
una sombra que se mueve,
que se desliza hacia abajo
como cascada ligera.
Algo que casi sucede:
eso que escapa sin irse,
una lenta consistencia
que parece derretirse.
Es un silencio con cola,
una pelambre difusa,
una llamada a seguirlo.
Es el gato en la escalera
que corre hacia su comida.
El gato del diccionario
Todo en el gato escapa
a definiciones quietas.
El gato en el diccionario
es esa pieza que salta
y deja la cosa incompleta.
Casi en círculo vicioso
lo definen con detalle
al principio y al final
por su casa y por su caza.
Se afanan en domesticarlo,
en medirlo de arriba a abajo,
incluyendo cola y orejas,
y en darle a su voz el verbo
que sólo él ejerce: maullar.
Otros, para definirlo,
se conforman
con que atrape ratones.
¿Mueble contra plagas hogareñas?
Qué pobre definición
de la grandeza profunda
de un ser que se siente dios
y lo es a su manera.
Mi gato me mira y me dice
con su silencio elocuente:
Los señores tristes, grises,
que hacen estos diccionarios,
seguro no tienen gato,
ni quieren que alguien
los mire en su manera banal,
como miramos los gatos
a los humanos actuar.
El gato proverbial
Mi gato está en boca de todos,
es un gato proverbial.
En reuniones familiares,
cuando alguien se calla de pronto
decimos que «se comió al gato».
Si se va sin despedirse,
pensamos que, seguramente,
«se llevó al gato».
Ser persona de palabra,
de verdad independiente,
significa «tener mucho gato».
Al que durmió sonriendo
se le dice que «tuvo sueños de gato»
«Mirar como gato» es
descubrir al rey desnudo,
al tirano sin máscara,
al payaso sin peluca,
al demagogo, al soberbio
que nos gobierna mintiendo.
Desenredar al que envuelve
en su telaraña
a todos los demás
es «como gato, arañar».
«Se le eriza el gato», decimos,
de quien no admite sujeción
y no admira al mandamás.
El silencio del gato
Este gato
es un garabato
escrito con gracia,
con ritmo y con libertad.
Danza música que sólo él oye
y que llamamos caminar
a paso de gato.
Los humanos,
incrédulos y limitados,
no entendemos
bien aquello
de que los gatos
eligen a sus amos:
ellos mandan y ya.
De sus cosas
no conocemos
sino lo que dejan mirar:
Que son limpios tenaces
y en brama miran al cielo
abriendo ampliamente
su ojo anal.
Que casi vuelan
y caen parados.
Que no llevan bien
la cuenta
de sus siete vidas,
a veces son más
otras menos.
Que los gatos duermen
y al despertar
hacen gestos muy raros:
parecen entrar al día
con la sorpresa
de quien despierta
en un sueño.
Que tal vez lo es
y nosotros somos parte,
algunas veces,
de su pesadilla.
Que son cazadores instintivos
y ante un pájaro en la rama
no entienden ni los detienen
estrechas cosas humanas:
belleza, vida del otro o moral.
Que enamoran sin más:
su belleza puede ser convulsiva
y algo superior en ellos
inclina a ratos
a creer sin titubeos
que ellos son dioses
que debemos adorar.
Que todo gato simula,
por un rato, estar domesticado.
Pero abandona las casas
donde no se le venera.
Cada gato es una religión
discretamente felina,
rampante, semi nómada,
a ratos de esta tierra,
a ratos de la luna.
Hay que ser un poco gato
para entender algo del gato,
y yo he visto varias veces
en casas, parques y trenes
suplicantes y humillados
a amos desesperados
aplicándose tenaces a
ronronear y maullar.
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