Cinco poemas - Aitana Monzón
Allí donde el tránsito
Veo en las noticias
una joven que cruza el Río Grande con sus dos niños.
Si supiera el agua la suerte de los que
cruzan.
El río se me asemeja como un tránsito:
el vientre que nutre, la matriz que asegura el alimento.
Allá donde haya tránsito, también habrá felicidad perpetua.
Aunque no sea ahora, la labraremos hasta la séptima generación.
Allí donde el tránsito muere la frontera.
Los hombres europeos delimitaron lo binario:
el hombre / la mujer
el bien / el mal
lo blanco / lo negro
lo limpio / lo sucio
lo cristiano / lo impuro
el indio / el colonizador.
Más allá de la frontera existe un bosque
como esos de las postales de viajes: árboles frondosos, hojas
canadienses sepultando asentamientos iroquois donde la tierra es muda,
donde encima de las copas orondas se escuchan orquestas
y los pies no son sino lianas, raíces que atraviesan lo caducifolio.
Reconozco la taiga y la médula.
En el desborde del agua hay coyotes de espaldas amarillas,
cernícalos y petirrojos que tampoco conocen qué
significa la frontera.
En este cruce de insectos, una piedra entremezclada con salitre
adivina varios trazos rojos como huellas winnebago.
He invocado al trickster:
acaso estas manos blancas han nadado más allá de los términos.
El viejo Walt se me aparece con su barba florecida como repicando
dentro de su boca semillas de lenguajes que murieron
(en manos inglesas).
Hay una metáfora de Emerson que absorbe
este instante de plenitud:
He visto trascender mi cuerpo en un ojo de cristal. He contemplado la materia,
lo que me ofrece la vida
y su retiro.
¿Soy yo la poeta que buscan? ¿He podido ser un Dios, un Hijo de Dios,
un Hombre?
¿He podido ser la madre de todos Ellos?
¿o hay ya otros ojos repartidos por los continentes?
El agua se me vierte como un préstamo entre varias
civilizaciones.
Blanca, amerindia o trickster dejo atrás cualquier nomenclatura.
Mira cómo el río se disfraza de berdache.
Triste, qué triste
fue crecer en los áridos desiertos europeos.
Si me sumerjo aquí, daré la mano al tío Walt y en nuestras dos esferas
transparentes nos confundirán con un filamento
de musgo,
con lo recóndito del bosque.
Qué importante es practicar el silencio del pájaro.
algo habitable / entre las ramas
Mamá,
este lago no tiene billete de vuelta.
Lo que dijiste sobre mi aspecto
se me clavó hondo en los brazos.
Al verso le gusta la caída.
Por eso se pegan las palabras
como plumitas a lo largo de los arbustos.
Al verso le gusta su caída.
Por eso salto al lago
y hago una necrópolis alrededor de la corriente
y beso por última vez la vida microscópica.
Así daré mi cuerpo:
para que hagas de él
algo habitable
entre las ramas del fondo.
Lago Mareotis, 400 a.C.
Incluso estas nadas
A city becomes a world when one loves one of its inhabitants.
LAWRENCE DURRELL
Morir en Venecia
entre ritmos y odas y teatros
debería ser oficio compartido
Borrachos y tristes, los que una vez amaron
tu forma de fumar, mujer,
tu forma de posar los labios
por la pendiente alejandrina, ahora te siguen
–tacones sobre piedras que se agrietan–
y buscan el calor de los volúmenes
que oculta la ciudad
Morir en Venecia
entre ritmos y odas y teatros
debería ser oficio compartido
[Morir;
pero no se dice de qué muerte]
por eso,
mujer que cierras los ojos, espesos
como espacios derruidos – cruzada de cinturas
te diré cuando me agotes
que los besos se inventaron
para traducir en heridas estas nadas
Esto: que es la nada pero acaba en tus iris
Esto: que es la nada
pero acuña la eternidad
del agua por tus piernas
como si fueras hechizo derruido
por eso,
borrachos y tristes, nosotros
iremos al canal [ ] iremos hacia ti
iremos en la ruta de caminos
hacia tus versos como bardos
y mirándonos furtivos por una vez
recordaremos libres los pechos que se abrazan
olvidaremos
que la ciudad se derrumba
sin la memoria del otro
acaso ya importa
pienso en el pelo de mi madre:
solía ensortijársele al salir de la piscina
decía que el cloro deterioraba las puntas
se untaba después con un sérum que le
enviaba cada mes una amiga de New Haven, Connecticut
en la lápida pegué sus últimos cabellos
más bien les hice un nudo entre las flores
compré un ramo seco para no volver nunca
volver significaría recordarla calva
no volver significaría no retener su voz en el hipocampo
no volver
o volver
acaso ya importa
Busqué “Motherhood” en Google Arts&Culture
Tenemos edad ya de ser madres.
A dos asignaturas de acabar una carrera
todavía no sabemos qué haremos después, si
aprenderemos un nuevo idioma, si nos quedaremos
embarazadas por accidente.
Tu abuela a tus años ya daba de mamar.
Tu madre nunca te dio el pecho.
Tenemos miedo a que se nos agrieten los pezones,
a no tener suficiente leche,
a no saber si nuestra pareja nos hará abortar
o desaparecerá de pronto.
No hemos sabido cuidar de nosotras, no hemos
comprendido a nuestros cuerpos.
Nuestras abuelas no pudieron plantearse una maternidad.
Cuestionamos demasiado nuestra juventud: sí, mamá, tienes razón,
somos egoístas.
Nuestras abuelas no pudieron plantearse
siquiera una orientación sexual.
Hasta los treinta y pico no querremos saber nada de cambiar pañales
o saber cómo son las contracciones.
A los cuarenta se nos pasará el arroz, tendremos hijos prematuros,
las tetas caídas,
arrugas en los ojos
y no podremos llevar a los nenes a un parque de atracción:
nos sentiremos viejas.
Google Arts&Culture me enseña una pintura
datada a finales del siglo diecinueve.
Recostada en un diván, una niña sostiene a su bebé en brazos.
Una niña sostiene a su bebé en brazos.
Pudimos ser nosotras esa niña
o pudimos haber muerto al nacer
sofocadas por una presión alrededor del cuello.
No sabemos cómo nacimos,
ni tenemos un primer recuerdo de la infancia
que pueda distanciarnos del resto de la especie.
No hemos aprendido el ritmo de los cuerpos.
Seguramente,
nuestras abuelas
tampoco.
He vuelto a la casa y el suelo era escombro
Quien regresa se duele del destierro de la casa
FRANCISCO BRINES
este chamizo
sus líneas
lo que encierra tu nombre
acaso sea
prolongación
como el regreso
hacia donde habitaste
henchida, la nada
se precipita
sobre las sombras
que antes fueron
palabras de cuantos
tocaste / amaste / serviste
y construyeron para ti
toda una lengua
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