Cinco poemas - Aitana Monzón

Lucas Van Oort

Allí donde el tránsito

Veo en las noticias

una joven que cruza el Río Grande con sus dos niños.

Si supiera el agua la suerte de los que

cruzan.

 

El río se me asemeja como un tránsito:

 

el vientre que nutre, la matriz que asegura el alimento.

 

Allá donde haya tránsito, también habrá felicidad perpetua.  

Aunque no sea ahora, la labraremos hasta la séptima generación.

 

Allí donde el tránsito muere la frontera.

 

Los hombres europeos delimitaron lo binario:

el hombre / la mujer

el bien / el mal

lo blanco / lo negro

lo limpio / lo sucio

lo cristiano / lo impuro

el indio / el colonizador.

 

Más allá de la frontera existe un bosque

 

como esos de las postales de viajes: árboles frondosos, hojas

canadienses sepultando asentamientos iroquois donde la tierra es muda,

donde encima de las copas orondas se escuchan orquestas

 

y los pies no son sino lianas, raíces que atraviesan lo caducifolio.

Reconozco la taiga y la médula.

 

En el desborde del agua hay coyotes de espaldas amarillas,

cernícalos y petirrojos que tampoco conocen qué

significa la frontera.

 

En este cruce de insectos, una piedra entremezclada con salitre

adivina varios trazos rojos como huellas winnebago.

He invocado al trickster:

 

acaso estas manos blancas han nadado más allá de los términos.

 

El viejo Walt se me aparece con su barba florecida como repicando

dentro de su boca semillas de lenguajes que murieron

(en manos inglesas).

 

Hay una metáfora de Emerson que absorbe

este instante de plenitud:

 

He visto trascender mi cuerpo en un ojo de cristal. He contemplado la materia,

lo que me ofrece la vida 

y su retiro.

¿Soy yo la poeta que buscan? ¿He podido ser un Dios, un Hijo de Dios,

un Hombre?

 

¿He podido ser la madre de todos Ellos?

                    

                                            ¿o hay ya otros ojos repartidos por los continentes?

 

El agua se me vierte como un préstamo entre varias

civilizaciones.

 

Blanca, amerindia o trickster dejo atrás cualquier nomenclatura.

 

Mira cómo el río se disfraza de berdache.

 

Triste, qué triste 

fue crecer en los áridos desiertos europeos.

 

Si me sumerjo aquí, daré la mano al tío Walt y en nuestras dos esferas

transparentes nos confundirán con un filamento

de musgo, 

con lo recóndito del bosque.

 

Qué importante es practicar el silencio del pájaro.

algo habitable / entre las ramas

Mamá,

este lago no tiene billete de vuelta.

Lo que dijiste sobre mi aspecto

se me clavó hondo en los brazos.

Al verso le gusta la caída.

Por eso se pegan las palabras 

como plumitas a lo largo de los arbustos.

Al verso le gusta su caída.

Por eso salto al lago

y hago una necrópolis alrededor de la corriente

y beso por última vez la vida microscópica.

Así daré mi cuerpo:

para que hagas de él

algo habitable

entre las ramas del fondo.

Lago Mareotis, 400 a.C.

Incluso estas nadas

A city becomes a world when one loves one of its inhabitants.

LAWRENCE DURRELL

Morir en Venecia

entre ritmos y odas y teatros

debería ser oficio compartido

Borrachos y tristes, los que una vez amaron

tu forma de fumar, mujer,

tu forma de posar los labios

por la pendiente alejandrina, ahora te siguen

–tacones sobre piedras que se agrietan–

y buscan el calor de los volúmenes

que oculta la ciudad

Morir en Venecia

entre ritmos y odas y teatros

debería ser oficio compartido

[Morir;

pero no se dice de qué muerte]

por eso, 

mujer que cierras los ojos, espesos

como espacios derruidos – cruzada de cinturas

te diré cuando me agotes 

que los besos se inventaron

para traducir en heridas estas nadas

Esto: que es la nada pero acaba en tus iris

Esto: que es la nada

pero acuña la eternidad

del agua por tus piernas

como si fueras hechizo derruido

por eso,

borrachos y tristes, nosotros

iremos al canal [ ] iremos hacia ti

iremos en la ruta de caminos

hacia tus versos como bardos

y mirándonos furtivos por una vez

recordaremos libres los pechos que se abrazan 

olvidaremos 

que la ciudad se derrumba 

sin la memoria del otro

acaso ya importa                  

                                                                                

pienso en el pelo de mi madre:

solía ensortijársele al salir de la piscina

decía que el cloro deterioraba las puntas

se untaba después con un sérum que le

enviaba cada mes una amiga de New Haven, Connecticut

 

en la lápida pegué sus últimos cabellos

más bien les hice un nudo entre las flores

compré un ramo seco para no volver nunca

volver significaría recordarla calva

no volver significaría no retener su voz en el hipocampo

 

no volver

o volver

acaso ya importa

Busqué “Motherhood” en Google Arts&Culture

                                                       

Tenemos edad ya de ser madres.

A dos asignaturas de acabar una carrera

todavía no sabemos qué haremos después, si 

aprenderemos un nuevo idioma, si nos quedaremos

embarazadas por accidente.

Tu abuela a tus años ya daba de mamar.

Tu madre nunca te dio el pecho.

Tenemos miedo a que se nos agrieten los pezones,

a no tener suficiente leche,

a no saber si nuestra pareja nos hará abortar

o desaparecerá de pronto.

No hemos sabido cuidar de nosotras, no hemos

comprendido a nuestros cuerpos. 

Nuestras abuelas no pudieron plantearse una maternidad.

Cuestionamos demasiado nuestra juventud: sí, mamá, tienes razón, 

somos egoístas.

Nuestras abuelas no pudieron plantearse

siquiera una orientación sexual.

Hasta los treinta y pico no querremos saber nada de cambiar pañales 

o saber cómo son las contracciones.

 

A los cuarenta se nos pasará el arroz, tendremos hijos prematuros, 

las tetas caídas,

arrugas en los ojos 

y no podremos llevar a los nenes a un parque de atracción: 

nos sentiremos viejas.

 

Google Arts&Culture me enseña una pintura 

datada a finales del siglo diecinueve.

Recostada en un diván, una niña sostiene a su bebé en brazos.

  Una niña sostiene a su bebé en brazos.

 

Pudimos ser nosotras esa niña

o pudimos haber muerto al nacer

sofocadas por una presión alrededor del cuello. 

No sabemos cómo nacimos,

ni tenemos un primer recuerdo de la infancia

que pueda distanciarnos del resto de la especie.

 

No hemos aprendido el ritmo de los cuerpos.

Seguramente, 

nuestras abuelas 

tampoco.

He vuelto a la casa y el suelo era escombro

 

Quien regresa se duele del destierro de la casa

FRANCISCO BRINES


este chamizo

                        sus líneas

lo que encierra tu nombre

            acaso sea    

                                   prolongación

como el regreso

                        hacia donde habitaste

 

henchida, la nada

se precipita

sobre las sombras

que antes fueron

palabras de cuantos

                                   tocaste / amaste / serviste

y construyeron para ti

                     toda una lengua 


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Aitana Monzón

Aitana Monzón (Aragón, España, 2000). Es graduada en Estudios Ingleses por la Universidad de Zaragoza y ha estudiado Literatura Comparada en la Universidad de Kent. Autora de Dormir à la belle étoile (Amarante) y La civilización no era esto (IV Premio ESPASAesPOESÍA) sus textos han sido publicados en antologías y revistas internacionales. Ha participado en festivales, seminarios y conferencias sobre poesía (École Normale Supérieure de Paris, Emily Dickinson International Society, Universidad de Sevilla…).  Ha prologado los Sonetos del Portugués de Elizabeth Barrett-Browning (Austral, 2022) y Los ojos de Penélope (artika, 2022). Además, sus poemas han sido llevados a escena por el músico Miguel Tantos para la producción interartística Lenguajes (2022). Su proyecto de poesía visual, Poetry Beyond Text, fue publicado en la web de la exposición Writing Minds Community de la Universidad de Kent. Su videopoema Ens va fer fills la terra fue presentado en la II Mostra de Videopoesía V2 (Festival Nudo). Actualmente, es colaboradora de Ediciones Maeva y cursa el Máster de Literaturas Hispánicas en la Universidad Autónoma de Madrid .

https://www.instagram.com/aitanamonzonb/
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