Cuatro poemas - Senén Orlando Pupo
Yo partiré una tarde
Yo partiré una tarde hacia lo ignoto
porque así lo ha dictado la metralla
de los días, disparos donde ensaya
el amor la agonía de lo roto.
Yo partiré del tiempo de una foto
tomada en los caminos, en las playas,
en los patios felices donde acalla
la llovizna el matiz de lo remoto.
Marcharé por un trillo desolado
a la pequeña estancia donde entona
su perenne canción la sobrevida.
Desapareceré lento, borrado
de toda soledad como persona,
ardiendo entre palabras encendidas.
Yesterday
Al centro más azul del bosque amado,
me quedo con tu esencia de árbol vivo.
Pasaron años, tórridos, esquivos,
pero el tronco de ayer ha retoñado.
No termina el fugaz amor cobrado
con besos de inocencia, los motivos
que te hicieron partir han caducado
y hoy son fuente de luz en el camino.
Si ayer pudo la noche ser más pura
ya nada evitará la sobrevida
que me espera en la senda fatigosa.
Pues ya será razón y no locura
la que atice la hoguera de la vida
o coloque una flor sobre mi losa.
Deriva de contrarios
En el país de los gorriones,
quién decide:
deben trinar a toda hora
en la ciudad,
en el polvo,
o en la luz.
En ese mismo sitio preferido
quién impone,
las migajas de cada cual,
las deyecciones,
armonías,
o el silencio.
¿El que ignora
el perdurable ritmo,
no dispone, también, otras torpezas?
Talar un árbol,
hacer fuego,
hervir la vida.
El reino del bien
En el reino del desfile,
la gente responde bien a todo. No ha llovido
y el verde prevalece en la memoria de los cuerpos.
Orinan y lloran. Escupen
sobre la tierra de la estirpe.
¿Y la salud?
¿Y el trabajo?
¿Y la lluvia? Bien.
Bien.
Bien.
Una vez, yo mismo sembré una rosa para el reino,
destinada a una mujer que añoraba ser madre
y me fui por los senderos descubiertos
a cultivar la felicidad para ella. Pero la inocente,
la trascendida por la inquietud del amor
ya había oído a hablar de la rosa de los vientos,
y salió al mar a descubrir otros paisajes,
otras estrellas en la vacuidad del aire.
Antes, había sido mi padre el que partió
a los cañaverales
en busca del sustento familiar,
ignorando que ya nos sostenía una consigna,
un destino trazado por las euforias.
En el reino del desfile
la gente también pregunta por la muerte.
Viéndola cruzar entre tataguas al anochecer,
preguntan
¿y la muerte?
Pero los convencidos,
los que dibujamos un puente sobre el arroyo seco
del reino,
respondemos: Bien.
Bien.
Bien.
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