La isla
Cuando habitemos
la isla (nuestra isla)
podría tapar el grito
(claro que sí)
con mi pulgar,
creándole una silueta
con la que pueda reposar
del calor.
Cuando habitemos
la isla,
un tapete de brumosa apariencia
nos dará la bienvenida
a la lejanía en
la que moriremos
víctimas del encapuchado
soldado frío.
La isla que
se retuerce y llora
y no pide pan,
no vino, no azúcar,
no néctar, no tú,
pide que sus cenizas
se dejen en una tinaja
y las arrojen a la misma
distancia a la que estamos.