Todos los días de mi tiempo
Necesito verla todos los días de mi tiempo. Quiero saber bajo qué techo duerme, a quién pide silencio cuando escribe, qué palabra se repite más cuando teclea sintagmas que no me mencionan. Saber si su infancia huele a lluvia igual que la mía y si es ese uno de los matices que forman su carácter. Saber quiénes fueron sus novios en el secundario y si lamentan no haber vuelto por su amor. Saber quién tiene su amor hoy. Necesito verla todos los días de mi tiempo. Que sepa que la necesito. Que, al verme, mis pupilas inyecten en las suyas la certeza de que existe esta persona hambrienta; que ya no se mire al espejo sin pensar en que sus pómulos son los únicos inquilinos de mi consciencia. Que, al vestirse, en el instante en que su vestido se acomode sobre su piel, sepa que imagino el camino en reversa cada vez que está frente a mí; que mi pecho es una cavidad repleta de deseos y que sé que desearla es lo único que alguna vez voy a poder hacerle.
Necesito verla todos los días de mi tiempo. Saber quién está al otro lado de su cama, quién estuvo al otro lado de su vida, quién mereció ser perseguido por su deseo, a quién obsequió los ojos que acrecientan mi hambre y cómo sigue vivo quien ya no despierte para verlos; cuál fue la seguidilla de cartas, los movimientos de alfiles que tuvieron que darse desde nuestros nacimientos para que un noviembre entrara en una habitación y yo estuviera allí y no en cualquier otro sitio que me hubiera condenado a una existencia sin la suya.
Necesito verla todos los días de mi tiempo. Ponerle enfrente cada uno de los poemas escritos bajo este sentimiento; que vea que cada adjetivo pronunciado por mis manos responde a su existencia; que ella, que tiene palabras para todo, se descubra en silencio; que ella, que no me mira, sepa en cada parte de su cuerpo que yo no logro mirar nada más. Quiero verla no saber cómo responder, como si pudiera yo creer que es la primera vez que alguien cuelga su hambre de su ser, cómo si pudiera yo concebir que sea posible estar hambrienta de algo más. Que sepa que me salvó de tinieblas y cegueras, que me devolvió lo único que tengo para dar y que creí perdido para siempre: la palabra. Que sus pómulos me juran que hay algo del otro lado del tiempo y solo por eso mi existencia no se detuvo.
Necesito verla todos los días de mi tiempo. Ser con quien llegue a cada lugar al que llegue, aniquilar mi soledad en medio de su cuerpo, desgarrar cualquier espera en medio de lo eterno; ser espejo de su palidez, el predicado en el que se conjuguen todos sus tiempos futuros; ser la medida de su hambre. Que sepa que no me salvó de mi destino, sino que me obsequió uno. Que desde ese noviembre en que el cielo me respondió, desde ese noviembre en que ella me miró, por primera vez mi futuro tiene algo más que solo tiempo. Que sepa todo lo que sospecha: que mi voz ese día temblaba por su presencia, que ningún amor, ninguna piedad, ninguna terapia había descongestionado el calvario de culpas y tristezas que hundía mi vida. Que había una canción que todos conocían y yo no escuchaba y era esa mi condena. Que logró que esa canción sonara desde el centro de mis terrores, angustias y las más oscuras de mis penas. Que sepa que aniquila cualquier atisbo de mi pasado porque cada vez que pronuncia mi nombre es la primera vez que existo.