Cantar como el águila
Voces femeninas en la poesía nativoamericana
Hay en la poesía una necesidad de canto. «Este querer morirnos / de puro no poder saberle al canto», escribiría Vicente Gallego. Se canta lo que no se atisba, lo desposeído; se canta al misterio del hueco y, en definitiva, lo que allí se gesta. El canto ha sido sustento y mineral a lo largo de la historia de la literatura. Recordemos cómo Safo de Lesbos ya acompañaba sus composiciones con una lira. Pero hablar de poesía y de Norteamérica sin mencionar la oralidad no tendría sentido, puesto que si hay un subcontinente cuya historia haya sido urdida en el viento y en la sabiduría no-escrita esa es, sin duda, Norteamérica y, con ella, la poesía nativoamericana.
Cuando hablamos de poesía nativoamericana hablamos de un discurso transmoderno, comprometido, interseccional y dialógico. Un discurso que proyecta el futuro, pero con la conciencia arraigada en lo ancestral. En esto se sustenta esta poesía que, por su naturaleza transcultural —derivada de las conexiones amerindias y europeas—, se define como palimpséstica, es decir, híbrida. Quizá por esto se presente como una poesía exílica, de fronteras, una poesía que a lo largo de la historia ha sido silenciada por motivos étnicos o de género.
Es cierto que, sobre todo en España —a excepción de ciertas investigadoras—, se desconoce casi por completo quiénes son los poetas nativoamericanos, si acaso sigue existiendo este adjetivo, o si es algo que forma parte de la memoria precolonial. Por esto es preciso recalcar que, desde finales del siglo pasado hasta la actualidad, se han ido compilando diversas antologías en inglés que reúnen las voces más consolidadas de este género, así como las más recientes. Ese sería el caso de A Gathering of Spirit (1983); New Poets of Native Nations (2018); o When the Light of the World Was Subdued, Our Songs Came Through (2020). Sin embargo, no hay apenas traducciones al español y, por tanto, es casi imposible para el público generalizado llegar a poemas de Beth Brant o Qwo-Li Driskill, relevantes no sólo por su etnicidad sino por sus discursos queer o two-spirit —severamente silenciados también. No obstante, quisiera adentrarme, sobre todo, en dos figuras, quizá las más reconocidas fuera y dentro de los Estados Unidos. Estas son Joy Harjo y Louise Erdrich.
Harjo, nacida en 1951, ostenta el puesto de US Poet Laureate, que mantiene en la actualidad. De ascendencia creek, no solo es poeta, sino música y dramaturga, y pertenece, junto a Louise Erdrich, Simon J. Ortiz o Paula Gunn Allen a la segunda ola de lo que se conoce como la Literary Native American Renaissance. Este movimiento, entre otras cosas, se ocupa de reclamar la herencia nativa a través de la escritura, de descubrir y reevaluar textos antiguos amerindios y de transmitir a la población el interés por las expresiones tribales artísticas. Poemarios de Harjo son She Had Some Horses (1982); Secrets from the Center of the World (1989); o Conflict Resolution for Holy Beings (2015). Tanto la poesía de Harjo como la de Erdrich es una poesía activista. En palabras de un poeta getafense muy querido, «la poesía quiere la utilidad de lo servicial, no de lo servil […] Atañe al poeta el encargo de la memoria colectiva en los charcos sucios del tiempo» (1).
Sucios son los charcos de la poesía nativoamericana, pues cargan con el olvido de la esclavitud y el genocidio de los pueblos indígenas norteamericanos. Y es el silencio y la resiliencia lo que hace que estas poetas sean conscientes del poder sanador y transformador de sus versos, haciendo del poema un modo de conexión y resistencia. Buscando el canto originario de sus ancestros, pero sin renegar de las estructuras colonizadoras que ya forman parte del imaginario colectivo —pues nadie puede escapar de su contexto. También Louise Erdrich encarna una figura polifacética: Premio Pulitzer en 2021 con The Night Watchman (2020), también como poeta es alabada y reconocida. De ascendencia chippewa y alemana, es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. Su obra, como la de Harjo, es semi-autobiográfica y recurre a los mitos o ceremonias nativas, a la infancia, al monólogo dramático, o al entorno natural, algo común para ambas. Asimismo, la religión, como bastión y sustento de la sociedad estadounidense, se refleja de manera híbrida en sus poéticas, pues como mujeres de dos culturas, abrazan o critican el catolicismo o el puritanismo a la vez que hacen aflorar su espiritualidad nativa. Títulos de Erdrich son Jacklight (1984), Baptism of Desire (1990), o la premiada novela The Round House (2012).
Para las dos el lenguaje tiene algo de paradójico. Por un lado, el inglés es la lengua del enemigo («…the Enemy’s Language» [2]), mas sirve al mismo tiempo de hogar, de recogimiento y de arraigo. La búsqueda de identidad, la pertenencia es lo que ensambla estas poéticas y se alza como uno de los temas o, mejor dicho, una de las heridas ceremoniosas de este canto. Poemas como «In Mystic» (3), de Harjo, conocen ese «arraigarse en la ausencia de lugar», que escribiría la filósofa francesa Simone Weil (4). Y, en efecto, me he tomado la libertad de traducir este poema, que dice:
Mi camino es una cruz de árboles quemados,
Prendidos por cuervos con fuego en sus picos.
Pido entrar a los guardianes de estas tierras.
Soy una visitante en esta historia.
Responden: ya nadie se acuerda de preguntar.
¿Qué puedo esperar de esta ciudad portuaria en Nueva Inglaterra, cuna
de la democracia
Donde soy un espíritu?
Ni siquiera un casino puede hacer real a un indio.
¿O debería decir «nativo», o «salvaje», o «demonio»?
¿Y con qué lengua vehicular?
Voy cambiando la mirada hacia atrás por el peligro.
Acepto los antiguos mapas europeos.
Hay monstruos más allá de lo imaginable que rondan las aguas.
Los buques decididos de los puritanos cayeron del borde del mundo…
Soy feliz oliendo el mar,
Caminando por las estrechas sinuosas calles de tiendas y restaurantes,
Deleitándome con la compañía de amigos, árboles, pequeños vientos.
Preferiría no hablar con la historia pero la historia vino a mí.
Estaba oscuro antes del alba cuando el fuego se desató.
Los hombres salieron a cazar desde la aldea Pequot hasta donde
estoy yo.
Las mujeres y los niños detrás fueron incendiados.
No quiero saber esto, pero mi instinto conoce la lengua de la matanza.
Unos seiscientos fueron asesinados para asentar el pueblo de Dios, eso
cacareaban los líderes puritanos en sus sermones de domingo.
Y así la historia se esfumó en traición de humo.
Todavía quedan llamas aunque vivamos en una democracia erigida
sobre los cementerios.
Esto me fue dado para hablar.
Cada poema es un esfuerzo en la ceremonia.
Pedí entrar.
La poesía nativoamericana, pues, tiene la responsabilidad de la memoria y la supervivencia. Y recurre al entorno natural, a la ecología, puesto que conoce el lugar desde donde reivindicar la comunión, la identificación con los iguales, ya sean animales, humanos o espíritus. Así, el fuego, el árbol, el halcón o el agua se convierten en símbolos, elementos sagrados que actúan como libertadores de la mujer nativa ante la dominación, supresión o contaminación colonizadora. En inglés pertenencia podría traducirse como belonging, palabra de origen germánico que viene a decir «acompañar, relacionarse, ir junto a», formada, asimismo, por un anhelo, longing. Y es este anhelo el que, desde la oralidad tribal, observa como el águila los bosques arrasados, los diluvios que se llevan a su paso poblaciones enteras.
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Como he mencionado antes, y también se ha visto en el poema, otro tema fundamental es la espiritualidad, ya sea católica –en el caso de Erdrich– o puritana –en el de Harjo–, siempre relacionada o enfrentada de alguna manera con la mística tribal. En «The Sacraments: 6 Holy Orders», escribe Louise Erdrich (5):
Dios, no estaba destinada a ser el aislado
grito de este cuerpo.
Estaba destinada a tener tu lengua en mi boca.
Por eso estoy junto a tus grandes labios de yeso
esperando que tu voz se despliegue desde su oscuro surco.
Tu mano apretada en forma de botella.
Tu boca pintada en la respuesta.
Tus ojos, dos espejos azules, en los que soy perfectamente negada.
Abro la boca y hablo
aunque sólo es un sonido fino, una hoja
raspando en una hoja.
Dios es el destinatario del acto comunicativo de Erdrich: es el ojo, el destino, el sometimiento. Sin embargo, en el caso de Harjo «[s]iempre la claridad viene del cielo», como diría Claudio Rodríguez (6). Aquí la claridad es el águila, símbolo por excelencia de la sabiduría, la libertad y, por qué no, la regeneración: la muerte en la vida como proceso inequívoco, mortal y cíclico. En Hojas de Hierba, manifiesto transcendentalista de Walt Whitman, leemos ‘I bequeath myself to the dirt to grow from the grass I love, / If you want me again look for me under you bootsoles’ / «Me entrego al barro para renacer de la hierba que amo, / si quieres verme de nuevo, búscame bajo la suela de tus zapatos» (7). La muerte: último vuelo regenerador. Fundirse con la naturaleza adquiere en la tradición tribal diversos carices dependiendo del clan al que se pertenece. Para algunos, el espíritu se torna tierra o abono; para otros, se transmigra a una figura animal. Quizá Harjo se convierta en águila, como nos canta en el siguiente poema, «Eagle Poem» (8):
Para rezar abres todo tu ser
Al cielo, a la tierra, al sol, a la luna
A la voz entera que eres tú.
Y sabes que hay más
Que no puedes ver; no puedes oír;
No puedes saber excepto en momentos
Que crecen constantemente, y en lenguas
Que no siempre son sonido sino otros
Círculos de movimiento.
Como el águila esa mañana de domingo
Sobre el Río Salado. Circunvolando en el cielo azul
En el aire, deshollinando nuestros corazones
Con sus alas sagradas.
Te vemos, nos vemos y sabemos
Que debemos tener el máximo cuidado
Y bondad en todas las cosas.
Respira, sabiendo que estamos hechos
De todo esto, y respira, sabiendo
Que estamos bendecidos porque nosotros
Nacimos, y moriremos pronto en
Cierto círculo de movimiento,
Como el águila que ronda la mañana
Dentro de nosotros.
Rezamos para que se haga
En la belleza.
En la belleza.
¿Es la belleza, en última instancia, el destino del canto? ¿Lo es la desolación, el des/arraigo? Si es la sociedad quien erige los cementerios, como leíamos en aquel poema de Harjo, ¿no será también la sociedad, toda la sociedad, quien deba dar nombre al olvido? Estas son algunas de las cuestiones que emergen a la superficie de la poesía nativoamericana contemporánea. Una poesía que, bien interna o externamente, es exílica incluso dentro de las propias fronteras nacionales. Fronteras físicas, sí, aquellas que separan las reservaciones de los estados contiguos; pero también fronteras psicológicas, impuestas por los cánones binarios europeos. Esto es: la clase, la etnia, el género, el sexo… La poesía de Harjo y de Erdrich es, antes que nada, activista. Desde el recuerdo del trauma nativoamericano, desde el Sendero de lágrimas de los choctaw y los cheroquis cantan estas poetas. El canto es aquí un baile de identidad, de healing, es decir: cantar para sanarse. En palabras de José Ángel Valente: «Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido». Sobre esta resurgence, nos dice Joy Harjo:
Siento firmemente que tengo una responsabilidad con todas las fuentes que soy: con todos los ancestros pasados y futuros, con mi país de origen, con todos los lugares que toco y que son yo misma, con todas las voces, con todas las mujeres, con toda mi tribu, con toda la gente, con toda la tierra, y más allá, con todos los comienzos y los finales. De alguna extraña manera, [la poesía] me libera para creer en mí misma, para poder hablar, para tener voz, porque he de tenerla; porque es mi supervivencia. (Poetry Foundation) (9)
Y así quiero despedirme: invocando un último poema de Louise Erdrich, «Dormía cuando los robles negros se movieron»:
Observamos desde la casa
la crecida del río, indefenso
y terrible en su cuerpo desconocido.
Sometiendo todo a ella,
el agua envolviendo los árboles
hasta que su vida se quebró.
Fueron cayendo, uno a uno,
el río arrastraba sus cubiertas.
Nidos de garzas, raíces lavadas hasta los huesos,
agujeros de corteza empapada en la ribera:
un bosque entero arrancado por los dientes
del desagüe. Árboles emergiendo
solos, donde el río desembocaba
en arterias para el cultivo abajo en la reserva.
Cuando por fin terminó la larga extirpación,
todos se habían convertido en la misma madera seca.
Caminamos entre ellos, las ramas
blanqueándose en el sol crudo.
Sobre nosotros iban sin rumbo las garzas,
solas, roncas, fracturadas,
sedimentando sus picos entre los huecos.
El abuelo dijo, Estos son los espíritus de la gente árbol
moviéndose entre nosotros, incapaces de descansar.
Aún hoy soñamos con volver al baile de las garzas.
Sus largas alas doblándose en el aire
en círculos por los que luego caen.
Alzándose después en giros vacilantes.
Cuánto más tiempo habremos de vivir en las figuras rotas
que sus cuellos hacen, estrechando el cielo.
(1) Obrero, Mario. Cerezas sobre la muerte. Madrid, La Bella Varsovia, 2022.
(2) Harjo, Joy y Bird, Gloria. Reinventing the Enemy’s language: Contemporary Native Women’s Writings of North America. Nueva York, W. W. Norton Company, 1997.
(3) Harjo, Joy. Conflict Resolutions for Holy Beings. Nueva York, W. W. Norton Company, 2015.
(4) Weil, Simone. La gravedad y la gracia. Madrid. Trotta, 1998.
(5) Erdrich, Louise. Original Fire: Selected and New Poems. Nueva York, Harper Perennial, 2003.
(6) Rodríguez, Claudio. Don de la ebriedad. Madrid, Rialp, 1953.
(7) Whitman, Walt. Hojas de hierba: Antología bilingüe. Madrid, Alianza, 2015.
(8) Harjo, Joy. In Mad Love and War. Connecticut, Wesleyan University Press, 1990
(9) “Joy Harjo”. Poetry Foundation, < https://www.poetryfoundation.org/poets/joy-harjo>, 3 de abril de 2022.