La intersección entre poesía y locura

Un drama en tres actos

Avery Evans

Preludio en algún lugar de la locura, de cuyo nombre no quiero acordarme

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse [poeta]...

El Quijote modificado. 

ACTO PRIMERO

o del elogio de la locura como un don

I

Revivamos a Tolstoi: todas las personas cuerdas se parecen unas a otras, pero cada loco lo es a su manera. Esta comparación literaria que tantas veces se ha hecho desde la filosofía de la psiquiatría nos viene a hablar de lo mismo que los matemáticos cuando se refieren al Principio de fragilidad de los sistemas; básicamente, que es mucho más fácil ser defectuoso que perfecto. En efecto, para que un sistema sea satisfactorio se deben cumplir, a la vez, una diversidad de factores, y esto los hace más frágiles. Para ser disfuncional, sin embargo, se necesita tan sólo una sola tara. En otras palabras, y como muchas veces se ha dicho, la nada es lo más fácil. El loco es entonces el sistema fallido o disfuncional que no ha logrado sortear la deficiencia. En resumen, el loco es una perfecta normalidad desde este punto de vista, a la par que un completo fracaso matemático. 

Sin embargo, contrasta el uso del primer adjetivo para nombrar a la locura: ¿normalidad? En la historia del pensamiento, la locura ha sido siempre algo a extirpar. La locura es una piedra en el cráneo de los hombres locos y una piedra en el zapato de los hombres cuerdos. Una incomodidad, un problema. Quizás el verdadero caso es que la locura, más que un problema, es una pregunta. 

Esto supo verlo Descartes, cuando comenzó a recelar de la realidad circundante, que a primera vista pareciera cosa trivial, evidente por sí misma, pero que la experiencia de la locura y de los sueños desafía y pone entre un paréntesis insalvable. De alguna forma, la tradición de todo el pensamiento occidental, obseso por la racionalización del mundo que describía Weber, nace de la sospecha que crean las perspectivas divergentes de la realidad, ya sea a través del delirio o del sueño. Es en este sentido que se busca la Verdad. La demencia es, pues, o bien el mayor desafío del empirismo y del racionalismo, o bien una gran mentira. Así, para creer que el acceso a la realidad es uno y el mismo para quienquiera que se aproxime a ella, debemos ignorar a todos los locos.

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Los otros grandes mentirosos son los poetas, y por eso Platón propuso su expulsión inmediata de la ciudad. No fue, efectivamente, por envidia ante su incapacidad de escribir un hexámetro, sino porque es una mentira; la mentira, como diría Zambrano. Y es que también la poesía es un alejamiento de la via de la ratio que, descontenta a menudo con la realidad, la rehúye, la reinventa, la modifica a su antojo con su mano creadora despertando las apariencias del ensueño frente a «la realidad palpable y ruidosa en la que nos creemos en casa» (Heidegger, 1992: 20). 

Y sin embargo, es la poesía la que se ha atrevido a tomar como más elevado fin el decir, palabra por palabra, la realidad. Su objeto no es otro que el mismo que el de la filosofía, pero sin descubrirse acomplejada de racionalidad; esto es, la poesía habla de aquellas cosas que escapan. No en vano para Heidegger eran los poetas, junto a los filósofos, los guardianes de la morada del Ser —aunque quizás para entender esto haya que delirar también un poco—. Es este que se nos presenta un problema gnoseológico: son los poetas y los locos quienes tienen un acceso divergente a la realidad; son ellos quienes presentan ante los desquiciados ojos de la manía racionalizadora el gran desafío de la pluralidad. 

Por ello, agotados todos los canales racionales para decir el Ser en el primer Heidegger —el Heidegger de Ser y tiempo—, se encuentra éste ante el fracaso de su propio proyecto. Será ese Heidegger quien se refugie en la palabra poética como forma de decir el Ser. Claro que esto es solo anecdótico, pero encierra una interrogante que nos interesa: ¿por qué los poetas sobre los que se interesó estaban todos locos? En realidad, la unión de poesía y locura atraviesa la historia de la creatividad como una especie de maldición laboral de los genios. Pareciera que la divergencia que les aleja de la realidad común les acercara en la misma proporción a la esencialidad de las verdades más ocultas. Claro que ante esta unión, a un heideggeriano debería abrírsele una interrogante: ¿es un poeta el elegido a decir la verdad sobre el Ser por su alejamiento de la razón o, por el contrario, perdieron la cordura en el camino? Esto es, ¿es la locura el precio a pagar o es quizás el privilegio con el que ya parten? ¿Es lo demencial, la enfermedad, un punto de partida o un extravío? 

Y si los más grandes poetas hacen una labor filosófica, ¿qué los diferencia del filósofo? Zambrano decía que era la materialidad y la multiplicidad en la que se mantiene el poeta, frente a la abstracción y el desprendimiento del filósofo los que separan a ambos oficios. El filósofo logra desprenderse de aquel pasmo a lo inmediato, desprenderse de lo que admira. Diremos sin embargo en estas páginas, quizás un poco en contra de Zambrano, que es la actitud frente al asombro, del que renombradamente se dice que nace la filosofía, lo que separa a ambas ocupaciones. El thaumadzein para el filósofo es un comienzo; sin embargo, para el poeta el thaumadzein es un trauma, una herida letal. El poeta se instala en aquel asombro que para el filósofo era tan sólo un empujón. En este sentido, y tan sólo en este sentido, comprendemos la materialidad del poeta a la que se refería Zambrano: el filósofo logra «lanzarse a otra cosa», logra desprenderse, mientras que el poeta permanece agarrado a aquel asombro. Esta extrañeza, sin embargo, no se relaciona con nada en particular, entroncando con lo que Kierkegaard dio en llamar la experiencia de la no-cosa, la nada. Y es esta experiencia la que une disciplinalmente a la filosofía y a la poesía y, a la vez, lo que las aleja. En efecto, ambas disciplinas nacen de un asombro en primer momento mudo, ante preguntas sobre las que aparentemente nada hay que decir, preguntas a las que no se puede responder con ciencia… 

Sabela Martínez

Sabela Martínez (A Guarda, España, 2001). Cursa Filosofía y Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Hasta el momento, no tiene publicaciones. Su ensayo en Casapaís es un ensayo en prosa y verso que realizó para la asignatura de Filosofía Española. 

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