Un vacío dentro del vacío

Sobre La tercera orilla del río de João Guimarães Rosa

Alexandra Dementyeva

Yo soy el río que viaja dentro de los hombres

JAVIER HERAUD

I

En el principio de las nominaciones —y colonizaciones— del continente americano, el sertão equivalía a una vasta zona brasileña de naturaleza salvaje y desértica, así como a un ámbito de circular temporalidad propia de los mitos y las leyendas. Al decir de la ortodoxia dominante: un espacio bárbaro en oposición al litoral civilizado. Esa concepción de índole geográfica, política y cultural dio lugar también a una connotación metafísica: el sertão como un espacio que trasciende el interior de un país y se proyecta al interior de los hombres: un profundo, irremediable vacío ontológico. Transferencia de sentido que viene a confirmar que la dicotomía entre lo primitivo y lo culto, lo absurdo y lo racional, lo sombrío y lo luminoso, no se limita a trazados cartográficos o identidades nacionales: ocurre siempre en la intimidad del ser humano. En palabras de João Guimarães Rosa: «O sertão é dentro da gente». De modo que el imaginario del sertão no solo remite a un territorio yermo: puede ser también un vacío del alma. 

II

En el relato «La tercera orilla del río» (1) de Guimarães Rosa, un hombre abandona a su esposa y sus tres hijos, y se instala en una canoa que flota en el río cercano a su casa. Allí permanece durante décadas: sin alejarse, sin retornar. Como en las historias de «Wakefield» de Hawthorne; de «Bartleby, el escribiente» de Melville, de «Un artista del trapecio» de Kafka, el personaje de Guimarães Rosa decide apartarse de la rutina de la vida y asumir la inmovilidad existencial sin aspavientos ni rebeldías. Sin embargo, a diferencia de los relatos mencionados, el ambiente ya no es urbano ni abstracto, sino rural, y la experiencia del hombre que se retira de su hacienda hacia una «tercera orilla» tampoco está narrada desde una posición distante o incontaminada, sino desde la voz de su propio hijo: «Nuestro padre era hombre cumplidor, de orden, positivo y fue así desde jovencito y niño, por lo que testimoniaron las diversas personas sensatas, cuando indagué la información. En lo que yo mismo recuerdo, él no parecía más extravagante ni más triste que los otros, conocidos nuestros. Solamente quieto. Era nuestra madre la que mandaba y quien a diario regañaba a mi hermana, a mi hermano y a mí. Pero ocurrió que, cierto día, nuestro padre mandó que se le hiciera una canoa».

La descripción del padre —«hombre cumplidor, de orden, positivo», «solamente quieto»— pareciera contrastar con su posterior extravío. Solo cabe suponer, aunque el cuento no dé pistas al respecto, que esa atracción por la nada ya habitaba en él desde niño. En todo caso, su determinación al partir revela tanto el desarrollo de su carácter cumplidor y ordenado, como una singular forma de afirmarse ante el mundo, recortándose de él.

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Los prolongados años de quietud y silencio en la balsa no hacen sino radicalizar lo que el padre fue desde un origen: un ser de la inmovilidad. Ya en ese primer párrafo asoma uno de los significados capitales del relato: un hombre que se marcha del mundo como quien se marcha del tiempo. Una tentativa de suspender la continuidad de la vida, esto es, de apartarse del devenir histórico y situarse en un espacio sin tiempo, o donde el tiempo ha sido vaciado de sentido en un gesto de invariable flotabilidad. Una vida sin líneas rectas ni circulares. Un tiempo sin figura, o imposible de figurarse: la tercera orilla de un río.

No deja de ser significativo que el primer paso del padre sea mandarse a hacer una canoa como quien se manda a hacer un traje a la medida; un medio de transporte que no lleva ninguna parte. Una casa —o una urna— de madera flotante: «Encargó la canoa, una especial, de palo vinhático, pequeña, solo con la tablita de popa, como para caber justo el remero. Tuvo que ser toda fabricada, elegida fuerte y arqueada en rígido, apropiada para durar en el agua unos veinte o treinta años».

Inmersos ya en esa red de correspondencias simbólicas que se engarzan en el relato, cabe recordar que la palabra «canoa» proviene del taíno caná-oua, que significaba «vaciar un árbol». «Canoa» fue además el primer americanismo que ingresó a la lengua castellana, aparecido por primera vez en uno de los pasajes del diario de Cristóbal Colón durante su primer viaje a América. Referencias etimológicas e históricas que hablan del vacío y el origen, núcleos semánticos que articulan esa caja de resonancias metafísicas que componen el cuento de Guimarães Rosa…

(1) Las citas del cuento son de: Guimarães Rosa, João. La tercera orilla del río [1962]. En: Primeras historias (1982). Traducción de Virginia Fagnani Wey. Barcelona: Editorial Seix Barral.

Luis Yslas

Luis Yslas Prado (Lima, Perú, 1972). Profesor. Editor. Licenciado en Letras por la UCAB (1995). Cofundador de las editoriales venezolanas Lugar Común y Madera Fina. Autor del libro de aforismos A la brevedad posible (Libros del Fuego, 2015). Colabora en las publicaciones digitales Prodavinci y Papel Literario. Fue profesor en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Ha dictado talleres de lectura en Caracas, Lima, Miami y Panamá. Reside actualmente en Lima, donde coordina un club de lectura en la Municipalidad de Miraflores, en la librería Book Vivant y colabora como corrector/editor en Penguin Random House Perú.

https://twitter.com/luisyslas
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