Diario de una gerocultora
Agosto - octubre 2024. Algunas entradas
Palma de Mallorca, lunes 30 de septiembre de 2024
Hago una hora de cardio, sentada, sin apoyar el pie, guiada por un vídeo de YouTube. Logré levantar mi cuerpo de la cama y vencer la inercia. Durante esta hora estuve muy atenta a mi pie izquierdo, para no lastimarlo, aunque logré ejercitarme con intensidad; sentía cómo las gotas de sudor recorrían todo mi cuerpo, me dolían los muslos, el abdomen y mi corazón palpitaba rápido. Empiezo con mucho entusiasmo, pero al final deseo que termine la sesión. Me incomoda mucho sentirme sudada y cuando el corazón late tan rápido, me asusto porque me parece que me voy a desvanecer. Cuando termino la sesión, me contenta haberle exigido esfuerzo a mi cuerpo, tengo la garganta seca, voy a tomar agua, disfruto cada sorbo con la lengua, el paladar y percibo una quebrada refrescante que se abre paso por mi garganta.
Cuando me baño, sentada, por la fractura, el agua tibia me recorre como una caricia, espalda, pechos, abdomen, muslos. Juego sensualmente con la espuma del jabón y con mis manos me uno a la caricia del agua. Me siento en deuda con mi cuerpo y trato de mimarle, con delicados masajes, tenues toques, en medio de una vaporosa y fragante atmósfera, con amor, y agradecimiento hacia mi corporeidad. Hago de la ducha un deleite y es mi premio por haberme ejercitado, prestándole atención, a ese poema transmutado en materia.
Palma de Mallorca, jueves 3 de octubre de 2024
«Estoy en un espacio-tiempo confuso, aparecen escenas de mi adolescencia mezcladas con el momento actual, se suceden en Venezuela y España. Las autoridades del Ministerio de Universidades, como requisito para homologar el título de médico, me exigen volver a cursar un año de bachillerato. Me inscribo, pero falto a las clases porque tengo trabajo y clases de medicina. Si voy a alguna, estoy como en un limbo, no sé de lo que hablaban. Me parece todo tan innecesario. Sin embargo, me atrevo a presentar las pruebas y aplazo cuatro materias, sin derecho a reparación. Debo repetir el año. Siento gran desconcierto, vergüenza, rabia e impotencia. Se me aleja cada vez más el reunirme con Lorenzo. Siento una ira tan grande, que empiezo a gritar: ¡No lo voy a hacer! ¡No quiero! Seguido de un desgarrador y estentóreo: ¡Nooooooo!».
Realmente me despierto con el grito, muy ansiosa. Era una experiencia impactante para mí, asumida como un gran fracaso. Este viaje onírico tocó muchos temores en mí, actuales y primigenios. No ser útil, mala estudiante, ser reprobada, era para mí una posibilidad inimaginable desde la escuela primaria hasta los posgrados. Ser buena estudiante significaba ser querida, el orgullo de la familia, del círculo de amigos. Lo mismo ocurrió con mi desempeño profesional, perfeccionista, me costaba ponerle límites al esfuerzo laboral, estudiando siempre. Incluso ahora que no estoy ejerciendo ninguna contingencia de salud, encuentro motivos para estudiar temas médicos. Como tengo una fractura de la base del quinto metatarsiano, revisé varios artículos de literatura médica especializada sobre el tema. Concluyen que, en este tipo de fractura, son mejor los resultados con cirugía. Afortunadamente tengo para la subsistencia. Aunque lo he tomado como reposo para disfrutar de lo que me apasiona, me tiene un poco paralizada y estoy cansada de esta situación de tránsito. Ya quisiera que salga la resolución y tener un mejor sueldo para alquilar un piso, requisitos para la reunificación familiar. Llegan y llegan ofertas de trabajo en LinkedIn, se frenan todas ante un título en proceso de homologación, me ofrecen trabajo de especialista sin tener que homologar la especialidad, pero como mínimo debo tener el de médico general homologado. Cada vez que le relato a L. una oferta que me llega y no puedo tomar, se pone iracundo, muy frustrado. Muchas son las oportunidades que dejo pasar, imposibilitada por un trámite burocrático. Según la normativa europea, este proceso no debería durar más de tres meses, y aquí en España, tarda en promedio dos años. Los enunciados de los organismos multilaterales y la realidad van por caminos diferentes. Poco importan las personas y sus sueños truncados. Canturreo Plantación adentro de Rubén Blades
«Sombras son la gente y nada más… ah lala la lalala».
La fractura me hace consciente de mi vulnerabilidad, reaparecen mis miedos; quiero estar viva y sana para el tan esperado reencuentro.
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Palma de Mallorca, lunes 7 de octubre.
Hoy me llama mi médica de cabecera, la doctora G., me pregunta sobre lo que me dijo el traumatólogo, le contesto que vuelvo a tener control el 15 de octubre y ella me extiende el reposo hasta el 30 de octubre. Ese es justamente el día de mi cumpleaños. Las experiencias vividas tienen una influencia decisiva en la manera de concebir la realidad y la valoración que le damos a los diferentes hechos. Cuando era más joven, para mí era fundamental celebrar mi cumpleaños, recibir felicitaciones, regalos, como muestra de afecto, por parte de familiares y amigos, pero especialmente de L. L. en ese sentido es diferente, para él es suficiente estar conmigo, piel con piel, generar una atmósfera íntima, romántica, oír música, cantar, compartir reflexiones, comernos una torta helado juntos. Detesta los convencionalismos, las celebraciones dictadas por obligación social o los regalos en determinada fecha. De repente me sorprendía con algo que me quería dar, pero en cualquier otro día y no los predeterminados día de la madre, padre, San Valentín, cumpleaños, onomásticos. Al comienzo de nuestra relación discutíamos por eso, él cedió con los cumpleaños de nuestro hijo, aunque yo era la que los organizaba. En mi cumpleaños me felicitaba, me regalaba flores, CDs, libros y ocasionalmente salíamos a comer. Pero realmente actuaba por mi presión. No sé cuándo dejó de importarme, le fui bajando el volumen a mi pulsión por esas exigencias, honestamente, sobre todo después de recuperarme del cáncer. No solo en mi cumpleaños, sino en todos esos compromisos sociales en los que la mayoría de las veces no disfrutas, lo haces porque es lo pautado por el entorno, no llegan a convertirse en experiencias profundas, son vacías de significado trascendente. Por cumplir con esas normas, además de todo lo que hacía para demostrarle a los otros mis cualidades, dejaba de prestarle atención a una melodía; no me detenía a contemplar naturaleza, paisaje urbano, personas, conversaciones, sensaciones, momentos de introspección que permiten aprehender la esencia y el propósito de la vida.
Durante mi desempeño académico y luego laboral como médica en Venezuela, me inserté en una carrera competitiva de alta velocidad, en un esfuerzo titánico por demostrar talento y habilidades. Vivía sin vivir. Estaba atrapada en un solipsismo, aferrada a mis paradigmas históricos de vida. Mi esposo y mi hijo fueron afectados por ese frenesí. L., cuando me llamaba al trabajo, me preguntaba con ironía: «¿Puedo hablarte o estás ocupadita?».
Entonces apareció la enfermedad que se impuso rebelde, imponente, burlona, sin aceptar mis planes de éxito, para que aprendiera de una vez a valorar el don de la salud y la vida.
El azar me favoreció. Tuve muy buena respuesta a la quimioterapia, el tumor casi había desaparecido cuando me amputaron el seno. En el mismo acto quirúrgico me realizaron una reconstrucción con tejido del abdomen. Fue una cirugía con un postoperatorio muy doloroso. Tenía que caminar inclinada y en ese momento sentí el real impacto de la enfermedad, la impotencia ante la falta de autonomía para realizar muchas tareas cotidianas. Tomé conciencia de la muerte como posibilidad. La consecuencia fue aceptar que estaba enferma, que era mortal y que debía reposar, disfrutando de ese descanso.
Me he estado controlando por trece años y siempre todo ha salido bien, sin metástasis o recaídas.
Fue un llamado de atención para entender la vida de otra manera, respetar mis ritmos biológicos y emocionales, disfrutar la soledad, hacer manualidades, apreciar los silencios y estar atenta, observando cuando se dispara esa espinita competitiva, porque está allí, esperando una distracción…