Tigres y locomotoras
para Luis Alfredo
Hay trenes por encima de toda la tierra
que lanzan unos dolorosos suspiros
Salvador Novo
I
En primer lugar, descender, tener el cuerpo acribillado de kilómetros (bajan, bajan), por un lenguaje que quiere acortar la distancia (alguien ha caído, gritan, alguien ha caído), al deshacer el desierto dispuesto en el espacio (es un hombre, es una mujer). Mas, como la muerte, la máquina adora la fuerza (ella, él está herido, herida, sangran), los huesos torturados por el andar a tumbos, entre tumbas, del día que recuerda (llegó). Un vagón es una casa, el patio de recreo, donde los gritos infantiles, el vendedor y la fiebre de los que esperan (todos en fila india), inauguran el acto voluntario del desplome (con cuidado, por favor, con cuidado). ¿A qué te recuerda este escalofrío (Orfeo)? Tú, que empujas lo humano hacia afuera. Las palabras viven como toda hora: de consumirse.
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II
[habla orfeo]
Un río subterráneo, lento y grave, que arrastra sueños y cuerpos sin prisa, bardo emprende, sombra viva, viaje, en la entraña de la ciudad diamantina. En su lira resuena el viejo instinto, de dar forma a lo informe, al sortilegio, mas la cola que azota, fiel cortejo, borra su música en un acto indistinto. El rabo del monstruo vibra constante, como látigo feroz que no se doma, pero la gente, en su barullo, intuye, del trajín citadino que responde, aunque el metro sea su nueva quimera, hombre, enamorado, transborda errante.
[calla orfeo]
Pero los pies, sin demorar, sigan,
y al doblar la esquina encuentren
febrero en el calendario, en las banderas izadas,
y la ciudad que se revela corona en la frente
sudorosa. En fin, volver como presagio. Subir,
escalón por escalón, jugando, y hallar, entonces,
sueño de un sueño anterior, Tenochtitlán hecha páramo…