La sonoridad de Teresa
En la fertilidad crecía el tiempo
Has visto desde muy cerca y todo el día
¿Cómo vuelan los pájaros del mar?
Parece que llevaran las cartas
del mundo a sus destinos.
Pablo Neruda
A Teresa y el mundo que nos brinda
Trabajamos en la mina; somos personas hechas de tierra. Nuestro rostro huele a ella. Las comisuras de los labios, las uñas y cada rincón del cuerpo nos lo recuerda. Mis pies han recobrado su suavidad. De donde vengo todo se pare bajo el rigor del túnel. ¡Quién diría!, los patrones en su glotonería nos echan mendrugos y ¡la mierda flota!
En cambio, aquí el mar por instantes me acuna y me siento pertenecer entre la infinidad de manjares. Suena la muerte y música de Harry Belafonte. Él, como el mar, clamó un lugar para todos. Y los hombres curtidos por el sol y trabajo entre cosecha, minería, bananeras y excremento para no desfallecer, cantan. Ellos también en su hacer morían, pero ante el hambre uno se acostumbra a dar la vida.
Añoro ese tiempo donde no se sabía nada sobre los vehículos eléctricos, es decir, «grandes consumidores de litio, grafito y cobre», minerales todos ellos con presencia en Sonora. Y como la codicia tiene vida propia, todos se pelean por mí. Entonces son los topos bajo la tierra quienes lo entregan. Yo para colmar mi dolor les canto: «Mineros, hombres de bravura sin igual salgan a ver el fulgor lunar, pero salgan, salgan de una vez».
Hace más de quinientos años el gran conquistador desembarcó en la costa verde del hermoso puerto Veracruzano. «En esta arena sobre arena amontonada» se fundó el primer ayuntamiento. En mi Sonora, son los señores de la minería quienes disponen de nosotros como un montículo más de la inmensidad del desierto.
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Veracruz me recuerda a Teresa. El antiguo puerto y su música entran despacito, y en lo menos pensado el son jarocho va despertando todo bajo la tierra. El zapateado despeja tristezas, repele la mierda y la tierra húmeda invita a soñar.
La calle y el bullicio quedan atrás. Las aspas del ventilador con su movimiento de seiscientas revoluciones por minuto, como los acetatos y vinilos, de inmediato me transportan a otra época. Los comensales se hartan hasta perderse entre la riqueza alimenticia. Las olletas vierten leche espumosa y, desde la altura, el brazo y tino del mesero sirven un acontecimiento sencillo; espectáculo humeante. En la distancia la marimba se bambolea con la sonoridad del café con leche. Los labios temblorosos sorben la sabrosura de la cultura jarocha. Yo, con la mano en el bolsillo, siento las monedas que cabizbajas me recuerdan el porqué de mi entrada al recinto: el sanitario.
«Ay, que bonito es volar
A las dos de la mañana
A las dos de la mañana
Ay, que bonito es volar, ay, mamá
Volar y dejarse caer
En lo brazos de una dama
Ay, que bonito es volar
A las dos de la mañana, ay, mamá…».
La bruja comienza a sonar y los músicos, con su característico humor jarocho, incluyen a los presentes en las melodías de sus coplas.